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El expresidente de república Dominicana, Rafael Leónidas Trujillo

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El Debate en América  Gobernantes enfermos de poder

En América Latina hemos tenido nuestro elenco de gobernantes con desequilibrios mentales. Uno de ellos fue Rafael Leonidas Trujillo, un depredador sexual que tapizaba su pecho con cuánta medalla se hacía condecorar

Pierre Accoce, un afamado periodista y espeleólogo francés, y el escritor Pierre Rentchnick, concibieron un magnífico libro en el que analizan el comportamiento de muchos gobernantes que acusaban patologías de distintas tendencias.

El tema central de dicho seminario consistía en leer y sacar conclusiones de la obra de los antes citados autores.

Viendo la esquizofrenia política que se refleja por los cuatro costados del planeta, estimo pertinente retomar ese trabajo de estudiante para referirme a varios ejemplos que encajan perfectamente en el diagnóstico encuadernado en ese texto llamado: aquellos enfermos que nos gobernaron.

Recientemente, todo el mundo vio lo que, ex profeso, divulgaron los medios de comunicación controlados por el Partido Comunista chino. El expresidente Hu Jintao fue vejado en la primera fila de una ceremonia en la que estaba prevista celebrar la clausura del Congreso del Partido Comunista.

No había terminado de ingresar al auditorio del Gran Palacio del Pueblo, cuando dos comisarios del congreso levantaban, casi que a la fuerza, al anciano que no dejaba de buscar con su mirada la solidaridad de sus más cercanos compañeros, entre ellos el actual primer ministro Li Keqiang y el más conspicuo legislador Li Zhanshu, ambos toleraban con una pasmosa frialdad, que, semejante humillación, se consumara como un procedimiento rutinario.

Detrás de ese espectáculo, permanecían como espectadores miles de participantes, manteniéndose inconmovibles y guardando absoluto silencio ante aquel enfermizo trato, sólo realizable por desequilibrados mentales.

Ese acto, propio de gobernantes capaces de maltratar hasta a sus propios «hermanos de lucha», con tal de mantener y prolongarse en el poder, es la retoma de los linchamientos y purgas ejecutadas por Mao Zedong en el marco de su escalofriante revolución cultural.

Todavía producen miedo aquellas andanzas de terror que sumieron a China en un espantoso caos, en las que los protagonistas de esas cruzadas eran jueces y policías a la vez.

Fueron miles los seres humanos liquidados por esos disciplinados jefes comunistas que ahora, contradictoriamente, se exhiben como los propulsores del ultra capitalismo económico.

Mao convirtió en campos de concentración a cada uno de los pueblos de la China, mientras motorizaba los inviables planes de Colectivización Agraria, las inclementes purgas contra todos los integrantes del Kuomintang y la narniana política del Gran Saltó Adelante, hasta que Dao Xiaipeng y Liu Shaoqui desplazan a un enfermizo líder, victima del más aberrante narcisismo mesiánico, y asumen el timón de esa zozobrante embarcación, en la que jugaba un destacado rol de «comandante» la temible mándame Mao, empeñada en utilizar el poderío cinematográfico con la aviesa pretensión de exhibir sus óperas en las que se proyectaba una abominable cacería de brujas, para terminar ahorcándose en 1991, después de haber sido detenida y condenada como jefa de la criminal y corrupta Banda de los Cuatro.

El caso de Adolfo Hitler lo describe el escritor alemán Norman Ohler en su ensayo editado en 2015, en el que desmenuza la expansión de la drogadicción entre los alemanes fomentada por el III Reich.

Allí da cuenta de las inyecciones con drogas que diariamente le aplicaba su médico personal, Theodor Morell, a Adolfo Hitler, consistentes en atropina, enzimas, anfetaminas, metanfetaminas, testosterona y proteínas animales.

Ohler asegura en su libro que «la droga fue un elemento capital en los éxitos y fracasos militares del III Reich, hasta el punto de que el Führer planeó la segunda campaña de las Arenas, a finales de 1944, bajo el efecto de la cocaína».

Los crimines perpetrados por Hitler van desde las masacres de Le Paradis, la de Wormhoudt, la de Maillè, la de Tullè, la matanza de Oradour-sur-Glane, hasta los asesinatos de niños en el campo de internamiento de Drancy.

Las locuras de Stalin no dejan de producir espasmos. No sólo por sus repudiados Gulag, por el sadismo y alexitimia con que acometía sus fechorías, por su paranoia y crueldad para liquidar a quienes veía como competidores dentro de su propio staff de colaboradores, sino por la demencia que lo impulsaba a dar órdenes infernales como la que impartió en 1953 a sus agentes soviéticos de arrestar y torturar a decenas de doctores de gran prestigio, tal como le ocurrió al científico en medicina Yakov Rapoport.

En la actualidad, tenemos a jefes gubernamentales con poderes omnímodos que tienen en vilo la estabilidad política y económica del mundo, y en riesgo la vida de millones de seres humanos en el planeta.

Vladimir Putin juega a la guerra, liquidando miles de ucranianos, arrasando con su pujante agricultura, con buena parte de su infraestructura vial y centrales eléctricas. Pero se han encontrado con una ciudadanía moralizada que le planta cara a sus delirios invasionistas.

Frente a ese dantesco escenario, Putin se pavonea, con el más retador desparpajo, mostrando, solazado, sus manos jugueteando sobre el tablero desde donde dice es posible detonar una guerra nuclear.

Su par norcoreano, Kim Jong-un, le suministra armas con municiones de artillería, al momento de cabalgar los caballos que están intercambiando ambos.

A ese frenético tirano no le remuerde la conciencia los crimines que adelanta, como la quema de un surcoreano que se encontraba a la deriva y que al ser localizado por una patrulla marítima norcoreana, lo interrogan, y precisan que se trataba de un trabajador del Ministerio de Océano y Pesca, para sin juicio previo ametrallarlo, seguidamente rociar su cadáver con petróleo y prenderle fuego.

Los métodos sanguinarios empleados por Kim Jong-un, oscilan entre desatar perros salvajes, como los que azuzó para que mataran a su propio tío, hasta el fusilamiento con artillería pesada para destrozar aviones.

Por esos procedimientos a Kim Jong-un se le reputa como un gobernante desalmado e implacable con todos aquellos que lo traicionan.

En Irán, el horrendo crimen que cegó la vida de la joven kurda de 22 años, Mahsa Amini, ha desatado una ola de protestas de miles de ciudadanos iraníes que han sido atacadas brutalmente por los gobernantes de ese país, sin reparar en las decenas de muertes provocadas por semejante ira represiva.

Los manifestantes reclaman un futuro donde la seguridad y los derechos fundametales sean respetados y protegidos.

Otro gobernante con evidentes traumas mentales fue Muamar Cadafi «acusado de violar a niños y niñas, esconder en neveras a opositores muertos y de obligar a sus víctimas a ver y jalear ejecuciones».

No menos diabólico fue Sadam Hussein, responsabilizado de acometer un exterminio contra los miembros del clan Barzani en 1983.

Ese año las fuerzas de seguridad iraquíes –comandadas por el propio Husein– acorralaron a más 8.000 hombres y niños de la secta kurda Barzani en desquite por comprometer al Partido Democrático de Kurdistán con Teherán durante la guerra entre Irán e Irak en 1980-88. Se presume que todos murieron.

En América Latina hemos tenido nuestro elenco de gobernantes con desequilibrios mentales. Uno de ellos fue Rafael Leonidas Trujillo, un depredador sexual que tapizaba su pecho con cuánta medalla se hacía condecorar, así como también imponía su nombre para bautizar ciudades, autopistas, avenidas y plazas públicas.

Con esos festejos pretendía ocultar el pozo de sangre en el que ultrajaba a miles de dominicanos, llegando a cegar la vida de más de 50.000 personas.

En Venezuela padecemos la presencia de un tirano al que se le responsabiliza por la muerte de miles de personas, tal como consta en informes elaborados por instituciones internacionales que han confirmado la ejecución por vía extrajudicial de más de 7 mil seres humanos.

Sus vínculos con el narcotráfico y los crimines ecológicos denunciados por Cristina Vollmer de Burelli, representante de la ONG SOS Orinoco, indican que la minería en el Estado Amazonas se está expandiendo dentro de las áreas protegidas.

«Van 1.500 hectáreas de zonas protegidas donde se explotan minerales», informa la oenegé, poniendo al descubierto que esas operaciones le producen al régimen de Maduro más de 4.500 millones de dólares anualmente. Pero el cínico tirano viaja a Egipto a «dictar cátedra» sobre la protección del ambiente.

  • Antonio Ledezma es el alcalde legítimo de Caracas y está exiliado en España
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