Fundado en 1910

Chilenos marchan para conmemorar el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973

El Debate en América

Chile: enero de 1973

La inflación de un 180.25 %, acumulada entre enero de 1972 y enero de 1973, daba cuenta que la crisis e inestabilidad la vivían las familias, de manera concreta, en el ámbito económico

En Chile, el despertar del año 1973 fue inestable y con fiebre. Salvador Allende, socialista de inspiración marxista que pretendía instaurar, a través de la revolución, un estado socialista. En el mes de noviembre de 1972, incorporó a las Fuerzas Armadas al gobierno, para dar algo de estabilidad a la situación social y política a un país zarandeado por la violencia y el odio.

Así, nombró como jefe político del gabinete; ministro del interior, al comandante en jefe el Ejercito general Carlos Prats; el contraalmirante Ismael Huerta asumió como ministro de Obras Públicas y Transportes; el general de Aviación Claudio Sepúlveda en Minería. El año 1973 se inaugura con un gabinete cívico-militar.

Luis Corvalán, secretario general del Partido Comunista, en una entrevista que duró 27 horas, publicada a fines de 1972; respecto de la incorporación de las Fuerzas Armadas al gobierno, opinaba que en un principio se negaron; luego apoyaron sin reserva la decisión del socialista Allende.

La intención de politizar las Fuerzas Armadas y convertirlas en el brazo armado de la revolución es la condición de posibilidad de hacerse con el poder total; en Chile, no ocurrió y se espera nunca ocurra, aunque recientemente se ha intentado cambiar los planes de estudio de la Escuela Militar, con un propósito semejante.

1973

El comienzo del año de 1973 iba con tranco apurado hacia una revolución que fracasó. La mirada rápida de algunos hechos, confirman la inestabilidad política y social que se vivía en el país:

El 6 de enero, huelga del transporte urbano; 7 de enero, el gobierno impone una «economía de guerra», lo que incluye el racionamiento de alimentos y el control de la producción de trigo; 8 de enero, huelga de trabajadores del ferrocarril de Chuquicamata; 10 de enero, se crea la Secretaría Nacional de Distribución con tal de ordenar y regular la distribución de los artículos considerados «de primera necesidad»; 15 de enero, en Santiago, se forman Comandos de Autodefensa de los Comerciantes, para boicotear las medidas del gobierno; 20 de enero, los trabajadores de Canal 9 de la Universidad de Chile, adherentes al gobierno, se toman la casa televisiva; 30 de enero, El senador de la Democracia Cristiana, José Musalem, sufre un atentado con armas de fuego, del que sale ileso.

La presencia de las Fuerzas Armadas en el gabinete, no trajo la estabilidad esperada ni la pacificación de los ánimos; en ciertos sectores, fue el detonante para una mayor convulsión social y política.

En pleno 2023 , la delincuencia y la inseguridad campean a sus a anchas

La anhelada paz social, no se conseguía, como tampoco ocurre ahora en pleno 2023, en el que la delincuencia e inseguridad campean a sus anchas; con indultos a terroristas y delincuentes.

Quizás se olvida que la paz social, es el bálsamo de la confianza y salud de la sociedad; no es la ausencia de violencia. La paz social, «la verdadera paz, pues, es fruto de la justicia, virtud moral y garantía legal que vela sobre el pleno respeto de derechos y deberes, y sobre la distribución ecuánime de beneficios y cargas».

La paz social

La paz social, entendida como la «tranquilidad en el orden», tiene ciertas condiciones para que pueda vivirse en sociedad: «debe realizarse en la verdad; debe construirse sobre la justicia; debe estar animada por el amor; y debe hacerse en libertad». Desde luego la «ideología del mal» y de la lucha de clases que tiene en el odio el «motor de la historia», impide la presencia de la paz en la vida de la sociedad.

La inflación de un 180.25 %, acumulada entre enero de 1972 y enero de 1973, daba cuenta que la crisis e inestabilidad la vivían las familias, de manera concreta, en el ámbito económico.

El estreno de las tarjetas de racionamiento de los «alimentos esenciales», «la economía de guerra», era la culminación de una política económica de capitalismo de estado.

El gobierno socialista, en enero de 1973, para aplacar la crisis económica a nivel familiar, emite un dictamen desde la Dirección de Industria y Comercio, que luego se convertirá en ley: «Orientaciones para el trabajo de las JAP»(Juntas de abastecimiento y control de precios). Se trata en realidad, de tarjetas de racionamiento.

Orientaciones para el trabajo de las JAP

El fundamento de «las orientaciones» y la «necesidad de la asistencia de las Juntas de Abastecimiento y Control de Precios», se basa en una ironía:

«El mayor acceso al consumo de las grandes masas, como consecuencia del aumento del poder adquisitivo alcanzado por éstas en los dos últimos años, a través de la aplicación de una política redistributiva (aumento de salarios y ocupación) ha originado un incremento de la demanda que choca con la estructura productiva y distributiva tradicional, incapaces de satisfacerla».

Un diario de la época, afín al régimen, sostenía que, «durante la crisis provocada por la burguesía, las masas encararon el problema de la distribución y venta directa de alimentos a los consumidores» y desde una perspectiva electoral, considerando que habrían elecciones parlamentarias en marzo de 1973, afirmaban:

El presidente de Chile, Gabriel Boric, vota el plebiscito constitucional en el Liceo Industrial Armando Quezada Acharan, en la austral ciudad de Punta Arenas (Chile)EFE

«Se equivocan quienes menosprecian el nivel de conciencia del pueblo trabajador al estimar que la institucionalización del racionamiento, en vísperas de las elecciones parlamentarias de marzo, puede reducir la votación de la Unidad Popular».

El desprecio de la dignidad de la persona y la concentración en el estado de toda actividad que hace florecer a la persona en sociedad, llega a justificar que es el Estado quien decide incluso, qué comer.

La profundización de la revolución socialista, enero de 1973, requería de más actores: los cristianos y las mujeres.

Cristianos y mujeres, actores de la revolución socialista

En enero de 1973, la mujer podía tener un papel central en la revolución socialista. No se trata únicamente de incorporar a la mujer a la política con cargos de representación popular.

Hay una serie de reivindicaciones feministas que es necesario superar, para obtener la emancipación y liberación de la mujer en una sociedad burguesa en la que el primer opresor es el hombre.

Se trata de asumir la posición de mujer y buscar «superar las injustas limitaciones que la sociedad hasta hoy opuso a su sexo» y de instaurar una política feminista.

«Hacer el levantamiento de esas limitaciones, estudiarlas bajo todos los ángulos, elaborar una nueva estructura necesaria para incorporar a la mujer como individuo «entero» a la sociedad, su táctica y estrategia de lucha, esta es la tarea de una política feminista».

Una periodista de la época, escribía, en este sentido: «Claro está que solo una economía socialista tendrá condiciones para asimilar toda la masa de nuevos asalariados que se incorporarán a la producción, cuando la mujer sea liberada de su tarea doméstica».

Y, basándose en el sanguinario Lenin quien afirmó en Moscú el año 1919:

«La verdadera liberación de la mujer, el verdadero comunismo, solo empezará dónde y cuándo comience la lucha de las masas (dirigida por el proletariado que asumió el poder) contra la pequeña economía doméstica o, más exactamente, cuando ésta sufra su transformación masiva en gran economía socialista».

El genio femenino, la artesana de los sentimientos, la configuradora de la familia y sociedad, están ausentes del discurso feminista del socialismo en enero de 1973.

Para los cristianos, la mujer ocupa un lugar privilegiado, nada más ni nada menos que ser la Madre del mismo Dios, cuidadora de la vida y a quien corresponde humanizar al varón.

No bastan la mujeres para profundizar la revolución. También se requiere la participación de los cristianos.

Los cristianos que se consideraban a la vez marxistas, que ya venían apoyando al gobierno socialista, a través de los llamados cristianos por el socialismo, eran ahora exhortados a que se la «jueguen» en los «comandos comunales» para enfrenar al poder burgués.

«No se trata de salirse de las juntas de vecinos o las JAP, sino de integrar todo el trabajo en organismos de poder obrero». «Los cristianos pueden encontrar en la lucha por constituir estos comandos comunales una trinchera eficaz para minar los fundamentos del Estado burgués».

Las raíces ideológicas para tal cometido se pueden ver en Engels.

Karl Marx y Friedrich Engels, autores de El Manifiesto Comunista

Ciertamente, Engels encuentra muchas semejanzas entre los primeros grupos obreros socialistas y los primeros cristianos.

«El cristianismo era en sus orígenes un movimiento de oprimidos. Era la religión de los esclavos, de los pobres, de los hombres privados de derechos».

Para Engels, «aparece la convicción que se esta en lucha contra todo el mundo, existe un ardor bélico y una certeza de salir vencedor. Todo esto que ha desaparecido en los cristianos de hoy, se encuentra en los socialistas».

Se trata en el fondo como escribía, en enero de 1973, un ideólogo de la época.

«Los cristianos, en la medida de que participamos activamente en la lucha de los trabajadores, debemos recuperar la fuerza histórica de ese cristianismo primitivo».

Los revolucionarios no han captado la naturaleza de la religión cristiana. Una religión del amor cuyo fundamento es el Amor mismo, el buen Dios.

El punto central de ese cristianismo, como expresaba Engels era que «minaban los todos los fundamentos del estado»; ahora sería del Estado burgués. Porque si «los cristianos nacieron en lucha contra el imperio. Deben morir, día a día, en lucha contra el poder».

Claro está que los revolucionarios, no han captado la naturaleza de la religión cristiana. Una religión del amor cuyo fundamento es el Amor mismo, el buen Dios.

Así, en enero de 1973, podemos constatar que ni el gabinete cívico-militar; ni las medidas de racionamiento alimentario; ni la pretensión de liberación de la mujer; ni el compromiso de los cristianos con el marxismo; menos la revolución, podían inaugurar el año de una sociedad pacífica que permitiera el desarrollo y el progreso, porque el odio, la división y la lucha de clases, constituyen una amenaza en contra del hombre y su dignidad.

  • Juan Carlos Aguilera P. es catedrático de Filosofía de la Universidad San Sebastián de Chile y fundador del Club Polites.