Ronald Pelton (1941-2022)
El espía en bancarrota que acabó traicionando
Vendió a la Unión Soviética durante cinco años los secretos más preciados de la inteligencia estadounidense
Ronald William Pelton
Empleado de la Fuerza Aérea durante un par de años, en 1965 pasó a la Agencia Nacional de Inteligencia, donde trabajó hasta 1979. A raíz de su condena, pasó 29 años en la cárcel, desde 1986 hasta 2015
Ronald Pelton fracasó en el intento de subsanar su bancarrota vendiendo información sensible a los agentes del KGB desplegados en Washington durante la primera mitad de los ochenta: en noviembre de 1985, el FBI descubrió sus peripecias, fue detenido, enjuiciado por tres cargos de espionaje, uno de conspiración y otro de divulgación no autorizada de información clasificada de comunicaciones. Al final recibió tres cadenas perpetuas, permaneciendo casi treinta años entre barrotes.
Su bajada a los infiernos de este funcionario de la Agencia Nacional de Inteligencia comenzó a finales de 1979 al percatarse de que, pese a un sueldo más que digno para su sustento –alrededor de 90.000 dólares anuales al cambio actual– solo tenía un puñado de dólares en efectivo, otro tanto en una cuenta bancaria y unas cuantas pertenencias personales.
La primera decisión razonable que tomó fue su inmediata e irrevocable dimisión de la NSA: es bien sabido que los espías en situación financiera precaria pueden ceder gradualmente a tentaciones onerosas procedentes de servicios de inteligencia extranjeros. Casi inmediatamente se reconvirtió como vendedor de coches y barcos, asesor informático y actividades diversas. Ninguna de ellas alivió una situación financiera cada vez más crítica.
La consecuencia fue un derrumbe psicológico que le llevó a traspasar, el 15 de enero de 1980, el portón de la embajada soviética en Washington para comerciar con la información sensible que había atesorado a lo largo de quince años de servicios en la NSA. Es decir, obvió descaradamente el motivo de su salida de la agencia.
Tras ser convenientemente chequeado por los agentes soviéticos de la sede diplomática –el polémico Vitaly Yurchenko, entre ellos–, estos últimos se dieron cuenta del valioso «interlocutor» que tenían entre manos. Así empezó una colaboración que los soviéticos agradecieron calurosamente en un contexto de guerra en Afganistán, carrera armamentística y crecientes tensiones en Polonia.
La principal revelación que hizo Pelton tuvo que ver con la conocida como Operación Ivy Bells, mediante la cual, y apoyándose en la tecnología más sofisticada –incluidos dispositivos miniaturizados–, la inteligencia norteamericana intervino cables de comunicación submarina de la Unión Soviética en el mar de Ojotsk. Esta y otras «cantadas» de Pelton causaron un perjuicio considerable a la seguridad estadounidense.
También sus propios fallos, empezando por la deficiente vigilancia del FBI sobre un Pelton que tomaba precauciones vestimentarias y de transporte antes de acceder a la embajada y realizaba sus llamadas desde una cabina pública situada junto a una pizzería. Al final, en noviembre de 1985, fue el mismo Yurchenko el que informó al FBI de la doble vida de Pelton.
Era el abrupto final de una trayectoria cuyos inicios transcurrieron en la Fuerza Aérea de Estados Unidos; más precisamente en su servicio de comunicaciones, en el que Pelton aprendió ruso y desde donde en 1965 pasó a la NSA.
La redención del traidor se produjo en la cárcel a través de una sincera conversación al catolicismo. Ya en libertad, se convirtió en el organista de su parroquia.