Lágrimas (tardías) por Rita
La convirtieron en una sin techo, como si todos los males del PP vinieran de Valencia. Albert Rivera la hizo su «casus belli» para negociar con Rajoy, por cierto, de los pocos dirigentes de aquel PP, con Cospedal, que la lloraron entonces, cuando las lágrimas estaban proscritas para Rita
A Rita Barberá en España no la ha llorado nadie. No estaba bien visto. Bueno, sí, su familia. En la Convención del PP de Valencia acaban de escucharse aplausos, que son lo más parecido a las lágrimas de emoción, pero en seco. Aplausos por Rita Barberá. En su pueblo, en su ciudad, en su plaza de toros; sus amigos, sus compañeros, sus votantes. El tiempo dicen que lo cura todo, menos la injusticia. Y con Rita Barberá fueron, fuimos, todos injustos. Los primeros, algunos de los que aplaudían rabiosamente hace unas horas. Los que la llamaron públicamente indigna y le exigieron que devolviera el carné del partido. Rita Barberá se casó con el PP en las alegrías y en las penas, pero a la mínima, la cruda realidad que dictaban entonces los telediarios, Albert Rivera y Pablo Iglesias, demostró que ese matrimonio estaba hecho para las alegrías… de las mayorías absolutas como churros. Acabadas estas, solo quedó la caricatura, a la que solo faltó extraer los higadillos y pasearlos por los platós convertidos en tribunales sumarísimos.
No es que Rita Barberá no cometiera errores: a docenas seguramente. Y ciertamente que algunos muy reprochables: desde luego, faltar a su deber in vigilando en el Ayuntamiento de Valencia. Pero murió antes de que un juez dictara un fallo, solo uno, contra ella. Eso sí, cuando se marchó lo hizo sentenciada por el nuevo poder en España, hoy ya plenipotenciario: políticos twitteros, sin oficio y con beneficio, y periodistas de estómago y militancia agradecidos. Los veinticuatro años de alcaldesa de la tercera ciudad de España quedaron reducidos a un género televisivo basado en su descuartizamiento en directo asida a un Louis Vuitton que le regaló El Bigotes. Nada de lo que presumir, desde luego, pero esa imagen se convirtió en el único argumento de autoridad para desposeerla de la presunción de inocencia de la que disfrutan, antes de ser juzgados, hasta los asesinos en serie.
Sin el mismo trágico final, también a Francisco Camps, presente ayer en este PP que intenta sacudirse su silencio más culposo, fue muerto civilmente por un puñado de trajes. Hoy, con las encuestas de cara y el impulso de una España que se ha espejado en el Madrid de Isabel Díaz Ayuso, es más fácil hacer frente a los inquisidores televisivos y palaciegos. Esos mismos que dictan hasta las lágrimas que hay que verter. Porque en España hasta las lágrimas las bendicen los mismos que nos suben la luz, nos prohíben la carne y nos imponen el feminismo de la cuchipanda de Irene Montero. Ella sí tiene título para llorar. Las lágrimas de la ministra de Igualdad por su amiga Noelia Vera, que ha dejado la política, a la que colocó como secretaria de Estado, son de pedigrí. Lágrimas progresistas, de la calle, con escudo social. Lágrimas de primera. Y luego las hay de segunda. Como mujeres de primera y de segunda. Unas a las que hay que defender por encima de la razón por ser mujer y otras a las que hay que entregar en sacrificio porque son peperas y fachas.
A Rita Barberá la convirtieron en una sin techo, como si todos los males del PP vinieran de Valencia. Albert Rivera la hizo su casus belli para negociar con Rajoy, por cierto, de los pocos dirigentes de aquel PP, con Cospedal, que la lloraron entonces, cuando las lágrimas estaban proscritas para Rita. Años después, con el sacrificio de la exalcaldesa entre sus logros, el líder de Ciudadanos sí pudo llorar su propia marcha. Pero él había nacido en el lado bueno de la historia. Vino a cambiarla para bien. No hay más que ver los resultados.
Dicen sus dirigentes que ha vuelto un PP más valiente, sin complejos atávicos. El que reclamaba Rita Barberá y defienden Pablo Casado y Díaz Ayuso. Y todo, a pesar de que el Turia baje hoy más caudaloso gracias a algunas lágrimas de cocodrilo procedentes de la plaza de toros de Valencia.