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El puntalAntonio Jiménez

De cómo Sánchez alimenta el populismo

Al presidente del Gobierno se le ven las cartas marcadas entre los puños de la camisa y el conejo debajo de la chistera mucho antes de que el orejudo roedor irrumpa del más allá ante el público

Actualizada 08:57

De un vendedor de crecepelo puedes esperar cualquier ocurrencia, incluso la de abrir una tienda de aire acondicionado en Alaska. Su osadía no tiene límites. Pedro Sánchez puede pasar por esa categoría de vendedor capilar con sucursal en Las Vegas a la sombra de cualquier David Copperfield de pacotilla, que es como decir in my opinion, a la vera de Iván Redondo. Su papel de ilusionista político hace tiempo que dejó de parecerse a los juegos de prestidigitación, sorprendentes y admirables, que realizan los magos Pop del mundo. Muy al contrario, al presidente del Gobierno se le ven las cartas marcadas entre los puños de la camisa y el conejo debajo de la chistera mucho antes de que el orejudo roedor irrumpa del más allá ante el público. Es lo que tiene haber sido asesorado por alguien que sobreactúa con fichas de ajedrez, utiliza frases hechas de series políticas americanas y antepone la propaganda a la gestión.

Las «paguitas» juveniles para alquiler y cultura con las que Sánchez ha abonado esta semana el populismo en el que anda enredado de la mano de sus socios, evidencian sus intenciones electoralistas. Estipendios copiados de su antecesor socialista, Rodríguez Zapatero, que como es sabido dejó las arcas públicas tiesas cual mojama y al país fané y descangallado, mientras él y Pedro Solbes veían brotes verdes sin estar fumados.

Como no hay dos sin tres, que diría Rajoy en referencia a las llegadas del PP al Gobierno para arreglar los desaguisados económicos socialistas, Sánchez sugiere con sus expansivos y gastosos PGE regalarnos una herencia similar a la de ZP.

Margaret Thatcher lo dejó escrito: «El socialismo fracasa cuando se les acaba el dinero… de los demás». Y el actual presidente del Gobierno es un alumno aventajado de esa escuela de gasto público sin freno y guiños a los jóvenes y mayores con señuelos electorales bajo la excusa de impulsar la cultura, promover el alquiler y compensar a pensionistas y funcionarios. Sánchez ha conciliado con las cuentas del 2022 el supuesto interés social que inspira el récord de gasto, con sus intereses partidistas y electoralistas; el problema llegará con los ajustes y recortes de 2023. Para entonces, el ilusionista de «todo a cien», es probable que haya adelantado las elecciones y si las gana asistiremos a otro espectáculo de transformismo sanchista exigiéndonos responsabilidad, esfuerzo, sudor y lágrimas. Y si las pierde, que venga Casado y arree mientras él y sus socios podemitas calientan las calles.

Por ahora, con estos reclamos, ha conseguido desviar la atención, en parte, sobre el problema capital que amenaza la recuperación y los bolsillos ciudadanos: la irresistible escalada de la tarifa eléctrica y la inflación, el impuesto de los pobres y de la clase media. Cabe preguntarse qué hará cuando las cámaras se alejen del volcán de la Palma y la luz se acerque a los 400 euros megavatio hora. Podemos temernos «lo pedor».

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