Batet
Maritxell quedó en bragas y a lo loco ante la opinión pública y, temerosa de ser procesada –Forcadell en el recuerdo–, dejó sin escaño a Rodríguez
Maritxell Batet, la presidenta del Congreso de los Diputados, es más una bailarina que estudió Derecho que una jurista que puede interpretar con alguna caída El Lago de los Cisnes, de Piotr Ilich Tchaikovsky, estrenado en el Bolshoi de Moscú en 1877. Ovaciones interminables. Tuve el privilegio de asistir a una representación de la obra en el Teatro Marinsky de San Petersburgo. Creo que el gran éxito de El Lago de los Cisnes se debe, en gran parte, a lo que tarda en morir el cisne negro, que es el malo. Cuando al fin, después de agonizar y recuperarse siete veces, el cisne negro dobla definitivamente la servilleta, el público, entusiasmado y unido, rompe a aplaudir como muestra de gratitud por poder llegar a sus casas con tiempo para cenar. En aquella ocasión, la bailarina principal no fue Maritxell Batet, sino la bellísima Iuliana Lopatkyna, que no se cayó en ninguno de los centenares de escorzos muelles y cabriolas que hubo de ejecutar.
Maritxell Batet, que es una soberanista catalana disfrazada de constitucionalista, mira muy bien cuando saluda a los hombres con un beso. Como dice la letra de una zamba salteña, mirada dulce como un damasco lleno de miel. Y esa mirada enloqueció al más transversal y acomplejado político del Partido Popular, el cántabro Lasalle, al que tuve el tostón de conocer gracias al gran abogado montañés Calixto Alonso del Pozo. Lasalle fue el responsable de conceder el Premio Nacional de Cinematografía a un tal Trueba, que después de recibir el jugoso y acaudalado premio, puso a parir a España y no devolvió el cheque. Y se trató de una anécdota menor. Cansada del pelma de Lasalle, Maritxell voló como un cisne en la política, y Sánchez premió sus miradas con la presidencia del Congreso. Había apoyado la celebración de un refrendo ilegal en Cataluña, y posteriormente se mostró partidaria de indultar a los delincuentes presos. Es una mujer, pues, muy proclive a la emoción y la ternura cuando se trata de ayudar a los chicos desamparados que se ven obligados a delinquir, llámense Junqueras o Rodríguez.
El diputado de Podemos, Alberto Rodríguez, hombre de cuidado aspecto y sangre caliente se entretuvo pegando patadas a un policía durante una manifestación. Y ha sido condenado, por ello, por la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo. Condenado con misericordia, pero condenado. Y esa condena conlleva la obligatoriedad de perder su escaño en el Congreso. Pero doña Maritxell, desobedeció al Alto Tribunal, y le encargó a un señor que pasaba por ahí un dictamen exculpatorio. Y el señor que pasaba por ahí, derretido después de ser mirado por la bailarina que estudió Derecho, redactó el dictamen solicitado sin firmarlo. Y con el fin de retrasar la obligada expulsión del Congreso del hacedor del delito, socio del Gobierno que llevó a Maritxell al más cimero sillón del hemiciclo, reclamó al magistrado Manuel Marchena, presidente de la Sala de lo Penal, una aclaración de la sentencia. Y don Manuel Marchena, con ejemplar celeridad le respondió. «El cumplimiento de la Sentencia es obligatorio» y «como V.E. conoce, la ley 6/1985, 1 de julio, del Poder Judicial, no incluye entre las funciones del Tribunal Supremo la de asesorar a otros órganos constitucionales acerca de los términos de ejecución de una sentencia ya firme». Y Maritxell quedó en bragas y a lo loco ante la opinión pública y, temerosa de ser procesada –Forcadell en el recuerdo–, dejó sin escaño a Rodríguez. Pero he aquí, que la Belarra de Podemos ha anunciado que va a presentar una querella contra su socia Maritxell, y se abre la posibilidad de asistir a una divertida confrontación entre socios. La Belarra es una mujer poco dotada y de muy impulsivas reacciones, y el Poder Judicial le ha acusado de «generar una sospecha inaceptable» y «usar unos términos que sobrepasan el derecho de libertad de expresión».
Hay barullo. Y la que peor ha quedado ante la opinión pública en este embrollo no son ni el diputado pateador ni la chica de los Belarra de toda la vida. La que ha quedado muy mal y tocada para siempre ha sido Maritxell, la bailarina. Su proceder, previo a la comisión de un grave delito, ha sido ridículo. Bailó con la más fea, pero bailó.