Sobre el voluntarismo
Si renunciamos a la generación de energía en casa nos estamos exponiendo al chantaje. De un problema energético pasamos a otro diplomático o estratégico
Un parámetro sencillo para evaluar el grado de madurez de una persona o de una sociedad es la aceptación de la realidad tal cual es. La posibilidad de la huida a través del ensueño siempre está ahí, pero es, además de cobardía, prueba de inmadurez. Cuando confundimos los deseos con la realidad estamos garantizándonos un alivio en el corto plazo y problemas en el medio. La realidad es impertinente y, por mucho que nos empeñemos en esquivarla, al final se impone.
Hemos decidido dar ejemplo al mundo descarbonizando antes que nadie. Un objetivo que sólo merece elogios, pero que exige competencia para llevarlo a cabo. El mero voluntarismo es estéril, cuando no peligroso. Desde hace siglos repetimos que «el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones», pero parece que no acabamos de aceptar sus implicaciones. Si en el proceso renunciamos a la generación de energía en casa nos estamos exponiendo al chantaje. De un problema energético pasamos a otro diplomático o estratégico. Sin energía un país se paraliza total o parcialmente.
Un caso paralelo lo estamos sufriendo con los semiconductores. Como liberal no dudo de las ventajas del mercado, pero como profesor de Historia tengo muy claro el papel del Estado en la preservación de la independencia. Tanto España como la Unión Europea tienen un camino importante por delante para desarrollar una cultura estratégica que impida situaciones como las presentes, que permiten a otras potencias hacer uso y abuso de su posición de privilegio.
Las guerras clásicas no van a desaparecer, pero están perdiendo relevancia en la relación entre Estados desarrollados. Los viejos «dominios» –tierra, mar y aire– dan paso a otros característicos de los nuevos tiempos –espacio, ciber y desinformación–. El conflicto tiende a ser permanente, el concepto victoria se difumina en beneficio de la ventaja y la influencia y el campo de batalla económico se hace crítico. La generación de dependencias se convierte en objetivo fundamental de cualquier potencia crítica con el denominado «orden liberal», doblegando soberanías e hipotecando presupuestos nacionales.
El Estado que no entienda el nuevo teatro de operaciones, que acepte dependencias como las antes citadas, está asumiendo vulnerabilidades que le pueden costar muy caras. Si, además, esas dependencias lo son respecto de Estados no democráticos, que ni comparten valores ni intereses con nosotros, no puede sorprendernos que traten de sacar provecho de circunstancias como las que estamos viviendo.
No es tiempo para voluntarismos infantiles ni para idealismos inconsistentes. Tengamos el valor de reconocer la realidad tal cual es, por desagradable que sea, y enfrentémonos a ella con decisión. Estamos viviendo los albores de la IV Revolución Industrial y no saldremos bien parados si no garantizamos nuestro acceso a todo aquello que es crítico para su pleno desarrollo. España hace mucho tiempo que dejó de pensar en términos estratégicos y así nos va. Tenemos, junto al resto de Europa, un gran potencial, pero de nada servirá si en el camino nos dejamos nuestra independencia por anteponer prejuicios e ideales cortoplacistas a nuestros auténticos intereses.