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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Sánchez, el nuevo Tejero

La única mordaza que ha habido en España es la que Sánchez usó para taparle la boca a todo el país cuando íbamos a preguntarle que cómo dejó extenderse así el virus teniendo precisas alertas sanitarias sobre su mesa

Actualizada 11:35

Que en la misma semana en que hemos conocido que el Gobierno nos encerró en casa, suspendió la actividad del Congreso y encasquetó la gestión de la pandemia a las Comunidades, todo ello ilegalmente; PSOE y Podemos se atrevan a insistir en la derogación de la ley mordaza, es de una crueldad excelsa solo superada por un hocico estratosférico.

Sánchez es un caníbal ensalzando las verduras que, cuando le pillan en el mayor escándalo democrático de España desde los tiempos de Tejero, grita «Quieto todo el mundo» y contesta al Constitucional redoblando su apuesta liberticida y acusando de liberticidas a todos los demás.

La única mordaza que ha habido en España es la que Sánchez usó para taparle la boca a todo el país cuando íbamos a preguntarle que cómo dejó extenderse así el virus, teniendo, como tenía, precisas alertas sanitarias sobre su mesa.

El estado de alarma no fue la respuesta preventiva ante una amenaza vírica inesperada; sino la coartada para tapar la vergüenza de su retraso premeditado para poder celebrar el 8M y no entregarle a la condesa de Galapagar el monopolio de la bandera feminista.

No es que «las brujas de Zugarramurdi» que portaban la pancarta soltaran allí la COVID, entre grititos apocalípticos; es que se extendió por toda España como el cólera porque, para no prohibir su aquelarre, se permitieron cientos de eventos de masa letales a efectos de transmisión comunitaria.

Sánchez debería ser investigado en el Congreso y en un juzgado por su negligente gestión de la pandemia, resumida en una primera ola sin parangón en el mundo y unas cifras de fallecidos escondidas con oprobio: que las siguientes olas fueran más benévolas; que la vacunación haya funcionado o que el balance final en otros países sea similar no compensa el pecado de origen. Simplemente demuestra que el español, tras la dura lección inicial, supo cuidarse del virus. Y de su presidente.

La misma trampa de tapar la inacción previa al 8M con la hiperventilación confinadora posterior irrumpe de nuevo con la respuesta al Tribunal Constitucional: en un país serio, con ciudadanos conscientes de sus derechos e instituciones democráticas sólidas de verdad; las dos resoluciones hubieran provocado una comparecencia pública del presidente; su probable dimisión y la inminente convocatoria de elecciones generales sin su presencia.

Porque en ese país, un presidente que dedicó más tiempo a confinar a la sociedad que al virus, estaría dedicando ya su tiempo a preparar su defensa en ese Parlamento que cerró y en ese juzgado que no pudo cerrar.

En España, sin embargo, el beodo va de abstemio y, cuando se le pone cara de Tejero, se inventa un golpe de Estado ficticio y desmonta una inexistente ley mordaza.

Que, por mucho que le pongan ese nombre, no es más que una norma razonable para que toda la chusma que atiza a policías, asalta congresos o invade estaciones del AVE tenga la dosis de porra que su comportamiento reclama.

Ahora están quietos, pero, en cuanto dejen el Gobierno, volverán a las canchas. Y no quieren que el árbitro les expulse por el juego sucio de siempre.

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