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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Máxima hipocresía

Urkullu le echa una jeta notable acusando a Madrid de «dumping fiscal» con la bicoca que supone el cupo vasco

Actualizada 09:33

Navarra y el País Vasco me caen cerca, por motivos sentimentales y familiares. Estudié en Pamplona y después tuve la chiripa de casarme con una donostiarra de ancestros navarros. O sea, que he cursado el máster completo. Me encanta viajar allí, por los paisajes, el orden urbanístico y la comida. También porque admiro la capacidad de organización y las redes de solidaridad de vascos y navarros. Son algo así como los hobbits de España, siempre con todo en su sitio y capaces al tiempo de apurar los goces de la vida.

Yendo de excursión con la familia por la umbría Navarra norteña y por Guipúzcoa, al principio siempre me sorprendía el asombroso nivel de sus pueblos: su ornato urbanístico, las soberbias instalaciones oficiales y deportivas, los ambulatorios… Había nivelón. Como gallego, en mi mente me iba haciendo preguntas comparativas. Galicia es la primera potencia ganadera de España y, a diferencia de Navarra, cuenta con mar, con la consiguiente flota, astilleros e industria conservera. También goza de la primera multinacional de moda del planeta, una cerveza que ha acabado colonizando España, una importante factoría de coches en Vigo, el gancho turístico del Camino, centrales energéticas… Y sin embargo, las pequeñas villas del interior de Navarra eran como una boutique de lujo comparadas con las de Galicia. Así que en uno de aquellos pueblos cuidadísimos y opulentos interrogué a uno de mis parientes locales, de querencia nacionalista: «Oye, ¿y aquí de qué vive exactamente la gente, porque yo no veo más que pinos y sierra?». Muy seguro de sí mismo, me respondió: «De la conserva del pato». Realmente hay que ver cómo les cunde el pato… Mi teoría es más prosaica: el pato se llama el cupo. El privilegio foral.

Las diputaciones navarras y vascas lanzaron un órdago al Estado español del XIX y les salió bien. Lograron conservar su modelo fiscal diferenciado. En el siglo XX todavía perfeccionaron la jugada. Su negociación con el Gobierno de Adolfo Suárez fue tan rápida y ventajosa que se cuenta que cuando los emisarios vascos retornaron a dar cuentas a sus jefes, les dijeron exultantes: «Vamos a poder comprarles a los ertzainas sus porras en Loewe». Habían logrado una bicoca, consagrada también en la Constitución, y que ahí sigue. En cierto modo, el Estado aceptó primarlos como un modo de garantizar su apego a España, aunque la respuesta ha sido una creciente ingratitud.

Urkullu, el presidente vasco, se acaba de despachar contra Madrid, expresando su «preocupación» por el supuesto «dumping fiscal» de Ayuso. Supone un formidable ejercicio de hipocresía. Es así como si el Increíble Hulk acusase a Heidi de tener malos modales. El País Vasco, de solo 2,1 millones de habitantes, es una de las cuatro comunidades más envejecidas de España y por su cuenta ni siquiera podría pagar sus pensiones (solo presenta 1,8 ocupados por pensionista, frente a 2,6 de la media española). Su estupendo nivel de vida se debe, amén de a la valía de los propios vascos, a la increíble prima del cupo. Un estudio comparativo que abordó el período 2011-2015 (en plena resaca de la crisis) lo dejó todo bien claro: el conjunto de España obtuvo una media de ingreso presupuestario por habitante de 2.373 euros al año, pero en el País Vasco se elevó a 4.112 euros y en Navarra, a 5.300. Un filón.

En nombre de la historia y de la armonía nacional, todos los españoles hemos aceptado las normas que consagran el privilegio fiscal vasco y navarro. Pero por favor, al menos den las gracias. 

(PD: y una vez dicho todo esto, que no lo lea mi donostiarra, que duermo en el sofá...).

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