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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Yolanda en El Vaticano

No dijo nada nuestra amable Fashionaria cuando su Gobierno aplaudió la aprobación de una Ley de Eutanasia que conmovería a los creadores del gas Zyklon, estrenado con éxito en Buchenwald

Actualizada 01:44

Hace dos meses, Unidas Pedimos presentó una proposición no de ley en el Congreso para anular el Concordato con la Santa Sede y acabar con los «privilegios de la Iglesia», tan aparatosos a su juicio como los de Casa Real, que tiene un presupuesto total menor de lo que se gasta la central de CCOO solo en personal.

La heroica Ione Belarra, que no ha sido ni monaguilla en la vida real pero ya ejerce de arzobispa en la política, siempre laxa en el casting y generosa con el dinero ajeno; peroró al respecto en julio, como anticipo de la propuesta formal, en una compungida intervención en los Cursos de Verano de El Escorial, convertidos para la ocasión en albergue juvenil para que los quinceañeros tocaran la guitarrita en torno a su hoguera ideológica.

Escuchabas a Ione, que es Juana en vasco, Juanita para los amigos y Violeta como la ninfa en griego; y parecía el sultán Mohamed a punto de tomar Constantinopla entrando por la kerkaporta; en aquel triste episodio narrado por Stefan Zweig que explica como pocos el drama histórico, cultural y espiritual que supuso la caída de Roma, Alejandría o Bizancio a manos de aquellas tropas.

Antes de eso, otra ministra, Cruella Celaá, hoy designada chapuceramente embajadora de España ante la Santa Sede, evacuó una ley educativa que convertirá a los tontos en bachilleres sin dejar de ser tontos.

Y confinó a la Religión en la misma mazmorra que al español, quitándoles a ambas la condición de asignaturas vehiculares: amén de lerdos, los quieren mudos y sin alma, no sea que aprendan a sentir y a pensar sin la tutela del Gran Hermano sanchista.

Pues bien, sobre nada de ello dejó pruebas de su desagrado Yolanda Díaz, la misma vicepresidenta que acudió este fin de semana al Vaticano en el Air Force Two falconiano a emocionarse ante Francisco, un Papa bueno y tolerante que encuentra hueco para escuchar la brasa budista de Richard Gere o los silencios de Leo Messi, tan ducho en el regate como tuercebotas en casi todo lo demás.

Tampoco dijo nada nuestra amable Fashionaria cuando su Gobierno aplaudió la aprobación de una Ley de Eutanasia que conmovería a los creadores del gas Zyklon, estrenado con éxito en Buchenwald.

Ni siquiera alzó un poco la voz cuando su amigui Irene Montero, jefa de marketing de Juana Rivas, incluyó en su anteproyecto de Ley de Libertad Sexual una ampliación del aborto que aspira a convertirlo en obligatorio.

Porque ser madre es de fachas, salvo que puedas tener tres retoños, una criada del Estado, un sueldo público de cinco dígitos y criarlos a la faldas de la Sierra de Galapagar: a ver cuántas abortaban con esos lujos suyos, ministra.

El Papa hizo muy bien en recibir a Yolanda Díaz, a título personal, como correo del Zar Sánchez o en su calidad de Farala segunda del Gobierno, la chica nueva en la oficina de propaganda de Su Sanchidad: algo le habrá dejado de santidad en el contacto, y en todo caso le habrá quitado argumentos a Moncloa cuando le posea de nuevo su vieja afición por asaltar capillas y comerse a los curas.

¿Pero cuál es la excusa de ella? Seguramente se aplica la máxima atribuida a Enrique de Borbón para quedarse con el Reino de Francia convirtiéndose al catolicismo. París bien vale una misa, tal vez, pero España no se merece semejante pasarela de hipócritas.

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