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Pecados capitalesMayte Alcaraz

El olor a sangre

Cuando los socios del Gobierno creen oler la sangre del adversario, se embriagan soñando succionar hasta la última gota

Actualizada 02:04

La supervivencia de muchas especies depende del olor a sangre. Dicen los expertos que ese fluido desprende una molécula que excita los finos olfatos de los depredadores y sirve como rastro para localizar a la presa. Los que nos gobiernan han desarrollado un especial sentido del olfato para percibir las heridas de sus enemigos, categoría esta en la que han incluido a todos menos a los suyos.

Otegi, por ejemplo, es un depredador honoris causa, con amplia experiencia en sangre de inocentes. Luego están sus colegas del Congreso y del Gobierno, ávidas narices que disfrutan con la hemorragia que sufren algunas de nuestras instituciones y sus responsables, muchas por deméritos propios y otras producto de la pulsión caníbal del populismo y el separatismo. La sangre del Rey Juan Carlos es especialmente valorada por estos olisqueadores, fundamentalmente por la consanguineidad con Felipe VI, que es de verdad la presa que quieren devorar con la connivencia del mayor depredador de la selva, Pedro Sánchez Pérez-Castejón.

De nada sirve que la justicia suiza, con su procurador Bertossa a la cabeza, no haya conseguido empitonar al anterior jefe del Estado a pesar de que le ha investigado por tierra, mar y aire, ante el solaz disfrute de «los señores Garzón-Delgado, fiscales generales a domicilio». Ayer los tertulianos del régimen no tuvieron su mejor día. Me crucé con algunos en los platós de televisión y, salvo enmendar la plana a la justicia helvética (su temeraria ignorancia les da para eso), no pudieron relamerse con la deseada herida real. Tampoco Mariano Rajoy ofrendó su sangre a los vampiros inquisitivos que revoloteaban sobre él como moscas en la comisión Kitchen, por cierto, una astracanada política fruto de la acción de un descerebrado. Muy al contrario, en la comisión fueron los diputados Rufián, Castañón y Sicilia los que terminaron en la enfermería con las neuronas desolladas, a pesar de que no habían dejado de jo… con la pelota al último representante de la política para adultos, que los mandó a jugar al patio.

Cuando los socios del Gobierno creen oler la sangre del adversario, se embriagan soñando succionar hasta la última gota, aunque el rastro que sigan sea el que dejan testigos tan vomitivos como Villarejo, Bárcenas o Corinna.

Es curiosa la insaciable sed de sangre de la izquierda a la que no le ha sido suficiente la abdicación de un Rey, el símbolo de nuestra mejor España, y la muerte política de un presidente del Gobierno democráticamente elegido por los españoles, a manos de un socialista sin escrúpulos llevado en andas por una recua de enemigos de nuestra nación. No se me ocurre mayor e inmerecido castigo político para el padre del Rey y para Rajoy, dos personas (con sus sombras, claro está), a los que la justicia no ha podido reprochar jamás, jamás, ilícito penal alguno.

Pero ni eso les ha satisfecho, porque lo que buscan es la venganza, revocar nuestro orden constitucional y saciar su resentimiento social; en definitiva, cambiar el olor a sangre por el olor a cadaverina de la España que amamos. Pero eso ya es un terreno patológico que a mí se me escapa y toca tratar a un especialista.

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