En nombre de los que se fueron
Un Gobierno obsesionado con reescribir la memora lejana, pero que ignora la reciente cuando lo deja malparado
Muchas familias españolas están viviendo esta Navidad, al igual que la anterior, traspasadas todavía por la sacudida de una pérdida que se produjo del modo más helador. La historia, que no se ha contado en los medios todo lo debido, se repitió miles de veces y discurrió más o menos así. Un día una persona, usualmente de más de cincuenta años, empezó a sentir una molestia en la garganta, una pequeña fiebre, una tos insidiosa… En dos o tres días aquello fue a peor y se llevaron al paciente al hospital, donde fue sometido al necesario aislamiento. Algunas familias lograron acaso una vídeollamada de despedida, por cortesía y humanidad de los sanitarios. Otras, ni eso. La siguiente noticia fue recibir los restos de ese familiar en una urna funeraria, sin tener siquiera el consuelo de poder despedirlo con una misa funeral y el velatorio y entierro al uso.
Lo que se ha vivido durante la pandemia en este país, y en muchos otros, ha sido durísimo, en especial en la primera ola. Recuerdo a finales de marzo de 2020 las llamadas de un compañero de mi periódico de entonces, el gran fotógrafo Álvaro Ybarra, desde una funeraria de pueblo donde estaba haciendo uno de sus importantes reportajes: «Aquí están llegando cadáveres uno tras otro desde la capital y ves la causa de la muerte en los certificados y siempre pone lo mismo: ‘neumonía bilateral’». La epidemia estaba fuera de control. Los sanitarios, muy mal equipados. Los tanatorios, desbordados. La población, desprotegida y sin recibir los adecuados consejos de prevención. En los asilos de ancianos se vivía una auténtica catástrofe.
El Gobierno ocupaba la televisión de sol a sol. Pero faltó calidez humana ante el drama de las familias que estaban perdiendo a los suyos. El presidente, más pendiente de cómo iba a emerger su figura de aquella crisis que del dolor de los ciudadanos, pospuso el duelo, racaneó un tardío homenaje a las víctimas y levantó una mampara invisible entre su figura y el sufrimiento de la calle. Su única visita a un hospital fue un visto y no visto. «Saldremos más fuertes», enfatizaban los carteles de propaganda con los que empapeló el país, que recordados con la mirada de hoy nos parecen un insulto a la sensibilidad y la inteligencia.
La covid mató sobre todo a los septuagenarios y octogenarios. Se llevó así a parte de una generación sobresaliente de españoles, que con su labor sorda y estoica había levantado el país hasta lograr ponerlo en órbita. Se merecen nuestro recuerdo diario y también un poco de verdad, que no se sigan falseando las cifras de muertos, que no tengamos que continuar soportando a un presidente que pese a tan calamitosa hoja de servicios se ha inventado una «rendición de cuentas anual» para pelotillearse a sí mismo y hacerle luz de gas al Rey con ese nuevo formato de discurso navideño. Tenemos un Gobierno que está obsesionado con reescribir la mejoría lejana acorde a su molde doctrinario, pero que oculta la más reciente cuando no le resulta grata.
Descansen en la paz de Dios los más de 110.000 españoles muertos en la pandemia (89.019 según el Gobierno de las mentiras). En nombre de los que se fueron, un poco de dignidad, por favor. Aunque no sea el estilo de la casa.