El partido de la mentira
Dirán que es el sistema. Y lo es. La incongruencia es que llegaron con la promesa de cambiarlo y, en lo único que están, es en mantener la poltrona, al precio que sea y asegurarse un buen porvenir
Llenaron plazas como abanderados del partido de la gente. Decían que venían a acabar con el despilfarro, la corrupción y las negociaciones en cuartos oscuros. Dos años después de sentar plaza en el poder, sus andanzas les delatan.
El actual Gobierno de España, que, más que un Gobierno, es una coalición para transformar las estructuras del país, se fraguó en una cena, en casa de un empresario millonario que se dice de sí mismo comunista, a la que los conspiradores accedieron transportados en negras furgonetas con cristales tintados. El Ejecutivo del que hoy forma parte su partido se hizo en reuniones telefónicas con Pedro Sánchez e Iván Redondo, con el jefe del Estado a miles de kilómetros de casa.
La corrupción, si es que la hay, no está probada. Pero, cuando nada tienes de que avergonzarte, no ocultas contabilidades, ni echas a los abogados del partido, ni te dedicas a freír tarjetas de móviles ajenos en el primer microondas que te encuentras. Tampoco inviertes en crear panfletos en internet disfrazados de periódicos para pagar salarios con los que se callan muchas bocas.
De las promesas de donaciones de sus propios sueldos, si es que las hay, ni rastro, porque –como bien ha reflejado El Debate– la información es cada vez más escasa y difícil de contrastar. Si acaso, transferencias a favor de obra, del partido que les sustenta. Cobran su salario como el resto de políticos a los que demonizaron y no pierden regalía alguna. Nada más pisar el Congreso, fueron raudos a informarse de la oficina a la que había que ir a solicitar los vales para el taxi. Tampoco han renunciado a las dietas que legalmente les corresponden en favor de los ciudadanos. Y, sin gastar en gasolina ni comidas, sumando aquí y allá, engordan los patrimonios para vivir como lo que son, patricios bien acomodados.
Dirán que es el sistema. Y lo es. La incongruencia es que llegaron con la promesa de cambiarlo y, en lo único que están, es en mantener la poltrona, al precio que sea y asegurarse un buen porvenir. De aquí a negociar un puesto en cualquier consejo de administración del Ibex cuando su cese aparezca en el BOE, queda un paso.
Pero la más sangrante de las mentiras que usaron para llegar donde están es la de coronarse como el partido de la gente. Sólo el inefable ministro de Consumo se carga un sector cada vez que abre la boca. Ha acusado de generar bulos al presidente de Castilla y León, a los ganaderos y a los propios periodistas con los que se entrevistó. Como a Pedro, el del lobo, nadie le cree ya porque llueve sobre mojado. ¿Qué más da que hablara de macro granjas o de granjas pequeñas? Lo cierto es que ha dicho, en uno de los rotativos más leídos en el Reino Unido, que la carne española es de mala calidad. ¿Quién querrá comprarla ahora? Ha demonizado a ganaderos, jugueteros, hosteleros y restauradores, algunos de nuestros sectores más pujantes. Que tiemblen el resto porque, si le permiten continuar en el sillón, no dejará títere con cabeza. El partido de la gente daña las economías familiares de millones de hogares y les esquilma en impuestos.
Han multiplicado por cuatro, sin ruborizarse, lo que antes era un solo Ministerio, el de Sanidad. Sin embargo, llegados a este punto, sale a cuenta pagarles el sueldo, tanto a los cuatro ministros como a la caterva de asesores que les acompañan. Pagarles, eso sí, con la condición de que se queden en casa. Nos salen mucho más baratos.