Sánchez el socialdemócrata
No le ha quedado más remedio que permitir que Pablo Casado se quedara con el voto de Ciudadanos, pero no puede permitir que arañe también en los márgenes del PSOE, ese tradicional votante de la izquierda moderada al que tientan con su prudencia desde Génova
Gracias a la generosidad del sufrido y silencioso contribuyente español, Pedro Sánchez ya tiene presupuesto. Bajo la batuta de Montero, insigne exconsejera de la Junta de Andalucía, está transformando la economía nacional a pasos acelerados para asemejarla al modelo que dio al PSOE décadas de poder en esa comunidad. Cada vez son menos los que pagan a Hacienda –porque hay menos trabajo y es más difícil hacer negocios– y cada vez pagan más porque es necesario sostener un sinfín de paguitas, subsidios, salarios, corruptelas y financiar votos agradecidos en el Parlamento, que hacen pensar al que los recibe que no puede vivir mejor de otro modo y que no sólo debe ser agradecido votando al que graciosamente se lo concede, sino que, si ganara otro, perdería la que es su principal fuente de sustento. Ésa es la única España que puede mantenerla en el poder y por eso no le hará ascos a seguir gravando con impuestos crecientes al que trabaja, viaja, emprende o consume, porque si no lo es ya, se convertirá por mero efecto estadístico en el rico al que hay que sangrar. Si protesta, se le llama «Cayetano» y se le organiza una campaña en la tele, una manifestación o lo que haga falta.
Con las cuentas habilitadas para poder seguir firmando cheques, en pleno ecuador de la legislatura y con las elecciones municipales y autonómicas a año y medio vista, es hora de ponerse el traje de campaña. Y, como nos anunció en el congreso de su partido, el que vestirá el presidente será el de socialdemócrata. No le ha quedado más remedio que permitir que Pablo Casado se quedara con el voto de Ciudadanos, pero no puede permitir que arañe también en los márgenes del PSOE, ese tradicional votante de la izquierda moderada al que tientan con su prudencia desde Génova. Desde la mismísima sala de prensa del Gobierno de España, tacharán al PP de ultraderecha y enseñarán los dientes a los separatistas si es necesario, organizarán un par de cargas policiales en Barcelona ante la más mínima revuelta de los chicos de la gasolina y, si hay que presumir de haber echado a Iglesias del Gobierno para poder dormir por las noches, se hace. Con su quehacer, ha sublimado el refrán «Donde dije Digo, digo Diego», a estas alturas, ¿qué más da?
En enero, veremos a un presidente renovado, galán europeísta y ciudadano cercano, dispuesto a comparecer en ruedas de prensa y hasta generoso al conceder debates sobre el estado de la nación al Parlamento. El problema lo tendrá a su izquierda. Dicen en las encuestas, que no se han publicado todavía, que la candidata no funciona. Se ha puesto mechas y se ha vestido con lazos, pantalones palazzo y faldas de tubo para no asustar a la derecha que no la va a votar y lo que ha hecho es echar a los comunistas. A los del 15M les seducían las camisas de Alcampo de Pablo Iglesias –llegaron a creerse al personaje–, pero las blusas de Chanel les recuerdan a las que sus madres guardan en el armario.