Un tonto con balcones a la calle
Con ser irresponsable, inadecuado e insultante el proceder de Alberto Garzón, más irresponsable y ofensivo es quien se lo permite no echándolo del gobierno con cajas destempladas por idiota
Hay varias clases de tontainas. Está el tonto ingenuo, carente de malicia, que suelta la patada verbal convencido de que hace gracia, sin caer en que al receptor de su inocente invectiva le ha sentado como un dolor de hemorroides. Existe el cebollino osado que no es consciente de su ignorancia y traspasa toda suerte de límites sociales con sus meteduras de pata. Abunda el zopenco mala follá, desprovisto de vestigio diplomático alguno, que no tiene reparos en decir la primera impertinencia que se le viene a la cabeza y que me recuerda al tipo, según me contaron, que se encontró con el maestro Andrés Segovia a las puertas del Alhambra Palace de Granada y después de saludarlo amablemente no tuvo mejor ocurrencia que decirle: «Bueno maestro, y ¿usted qué?, ¿sigue con la tontuna de la guitarrica?». Y se prodigan también los simples y cipotes con un notable peligro sordo, no visible por tanto, camuflado detrás de una sonrisa y con la apariencia de buenos y educados modales. Este tipo de bobos simplones terminan siempre revelando su verdadera condición de sujetos con mala milk y suficiente maledicencia como para tenerlos a buen recaudo y no ponerlos al frente de un ministerio en el gobierno de España.
A esta última clase de pazguatos pertenece la lumbrera solemne de Alberto Garzón, ministro de Consumo por la gracia cesárea de Pedro Sánchez y responsable primero y último de que aún siga en el gobierno perjudicando los intereses de España en el extranjero y de los colectivos sociales y económicos a los que dedica sus estúpidos desvelos, ya sean los fabricantes de juguetes o los ganaderos españoles.
Mucho se está escribiendo sobre la última y clamorosa torpeza del prescindible titular de ese ministerio cuota e inútil creado por Sánchez para satisfacer a los populistas comunistas que le mantienen en la Moncloa a pesar de las supuestas noches de insomnio que le procuran. Alberto Garzón, paradigma del profesional y vividor de la política convertida en su negocio lucrativo desde los tiempos de facultad, tiene acreditada fama de simple, con menos luces que una cueva y pocas entendederas. Ello no ha sido óbice para que sobreviva en el Congreso, legislatura tras la legislatura, que fuera capaz de dinamitar Izquierda Unida subsumiéndola en el magma de Podemos y además haya llegado a ser miembro del gobierno de España, cosa que dice mucho del descrédito y desprestigio de este Consejo de Ministros.
Con su injusto y maledicente ataque al sector ganadero, seguramente influenciado por los colectivos animalistas, ha colmado el vaso de sus despropósitos continuos y ha puesto en pie de guerra, con razón, a todos los que exigen su salida del Ejecutivo; de los fabricantes de confitería industrial al colectivo ganadero y cárnico, desde el sector hostelero y turístico, al que también distinguió con sus patochadas e inconveniencias, hasta los empresarios y comerciantes jugueteros. Nada ha dicho, sin embargo, en defensa de los consumidores que supuestamente forman parte del cometido de su negociado, sobre la irresistible escalada de la factura de la luz que sigue en precios estratosféricos. Pero con ser irresponsable, inadecuado e insultante el proceder de Alberto Garzón, más irresponsable y ofensivo es quien se lo permite no echándolo del gobierno con cajas destempladas por idiota. Con su impotencia, Sánchez evidencia la perversa dependencia que tiene de Podemos aún cuanto ello supone ir en contra del interés general de los españoles y a sabiendas del coste electoral que para el PSOE tendrá su inacción en las inmediatas urnas de febrero en Castilla y León. El tonto con balcones a la calle que dijo que «el único modelo de consumo sostenible es el de Cuba» y quien lo mantiene en el gobierno le han hecho ya la campaña a Mañueco y al PP.