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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Los podcast del diablo

Iglesias se ha agarrado a esa forma de ganarse la vida que es meter ruido y cizaña, lo mismo que le reprochaba a Aznar y González

Actualizada 03:53

Los regalitos que nos dejó Pablo Iglesias –Irene Montero y Alberto Garzón– gestionan entre ambos 560 millones de euros, en los dos ridículos Ministerios que les montó Pedro Sánchez como comisión de servicios. Los «enchufados» son hoy sus correas de transmisión en el Consejo de Ministros. Ni Yolanda Díaz (con la que está en guerra), ni Joan Subirats, ni siquiera Ione Belarra, representan al exlíder de Podemos. Son Montero y su amigo Garzón los que sueltan por su boquita lo que les dice Iglesias, por eso compiten desde hace meses por ganar la vallecana de la majadería más gorda.

El exlíder de Podemos es de naturaleza holgazana por lo que ha encontrado su situación ideal: actuar de Mari Carmen y sus Muñecos moviendo la boquita de doña Rogelia/Montero y Monchito/Garzón, mientras ve sus series preferidas y cobra la pensión de exvicepresidente. Y cuando se aburre, da lecciones de geoestrategia bananera a la OTAN y al presidente al que ningunea más Joe Biden que al periodista de la Fox al que llamó hijo de p... No dan más estulticia por menos esfuerzo.

Si tuviera un gramo de pudor estaría abochornado de que, tras dejar el Gobierno de la cuarta economía de la zona euro, los únicos empleos que ha conseguido sean un chanchullete de su amigo Roures, una tertulia en la Ser y unas migajas en los medios de los supremacistas catalanes. Del biberón de la universidad pública, donde regaba de sectarismo las aulas, pasó a abrazarse con el presidente más mentiroso de nuestra historia, de ahí a ocupar un sillón en el Consejo de Ministros, y finalmente a hacer un podcast en la constelación de medios de Jaume Roures, un ciudadano enriquecido al calor de la izquierda cainita y los independentistas catalanes.

Con Iglesias todas las comparaciones son odiosas. ¿Se imaginan a Luis de Guindos, hoy vicepresidente del BCE, colgando audios en la red como única salida profesional tras dejar el Gobierno? ¿O a José Borrell, alto representante de la UE para asuntos exteriores, de tertulia en tertulia para juntar unos eurillos ante la falta de expectativas laborales? Pues Iglesias se ha agarrado a esa forma de ganarse la vida que es meter ruido y cizaña, lo mismo que le reprochaba a Aznar y González. Como ha dejado la política (más bien la política le ha dejado a él), donde ha metido trolas a toneladas, ahora amenaza con «no callarse nada» para seguir viviendo de los dividendos del guerracivilismo que inoculó en nuestra sociedad.

Iglesias está obsesionado con los periodistas. Para neutralizar su ya nula presencia en la vida de los españoles (los madrileños le arrearon la patada política que millones de compatriotas hubieran querido propinarle), ha grabado un video de presentación de su nueva homilía que es un compendio de chabacanería, egocentrismo y frivolidad. Dice que va a por todas y de nuevo señala a periodistas sin que las asociaciones de prensa digan ni mu.

Ya no le escuchan ni en su mansión de Galapagar, pero sigue marcando terreno: Putin, Maduro, Roures, Otegui, Rufián. O sea, el mal. Nosotros, cuando él y sus enchufados llegaron a la política, sin que fuéramos Sor Ángela de la Cruz, éramos mucho mejores. Él nos ha hecho peores. O por lo menos lo ha intentado.

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