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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Lorca fascista

Que está feo invadir ayuntamientos es obvio. Pero que el episodio es incomparable al lado de otras invasiones, agresiones, acosos, coacciones, asaltos protagonizados, inducidos o legitimados por los mismos que ahora se ponen estupendos con cuatro ganaderos, también

Actualizada 04:29

La macrogranja nacional de tontos, cínicos, demagogos, hipócritas e ignorantes es inmensa y, aunque concentra su actividad en el mercado interior, también exporta con frecuencia: ahí tienen a Garzón asumiendo en primera persona la promoción del producto local en el Reino Unido, o al propio Pedro Sánchez surcando mares, cielos y océanos para testimoniar nuestra pujanza, ora en América, ora en Ucrania, ora en Abu Dabi.

No hay rincón del mundo relevante sin un tonto español ejerciente, aunque donde alcanza su plenitud de facultades es en el ecosistema patrio: allí, o aquí, el tonto ibérico rueda a diario un nuevo episodio de El hombre y la Tierra, glosando en cada entrega alguna de sus incontables prestaciones para la vergüenza ajena, la humillación y el insulto a la inteligencia.

Aunque la economía es uno de los hábitats donde su rendimiento más brilla, hay que buscarlo en las estepas morales para observarlo en plenitud: allá donde aúllan los himnos maternales de Rigoberta Bandini mientras legisla casi la obligatoriedad del aborto; allá donde abre una causa general contra la Iglesia por la pederastia de unos sinvergüenzas, pero calla los abusos sexuales a menores en Baleares o Valencia; nuestro espécimen más autóctono alcanza el clímax.

Todos somos tontos cinco minutos al día, sentenciaba Elbert Hubbard, aquel peculiar americano conocido por su Mensaje a García, una versión del If de Kypling mezclado con la melaza del Principito destinado a patrimonializar patrióticamente la liberación de Cuba de los pérfidos españoles.

Nuestro tonto va más lejos y puede serlo todo el día, incluso dormido, para manifestarse allí donde su presencia sea requerida: el último avistamiento ha sido en Lorca, donde llegó preguntando por el Romancero gitano y se encontró con una protesta de ganaderos.

Que está feo invadir ayuntamientos es obvio. Pero que el episodio es incomparable al lado de otras invasiones, agresiones, acosos, coacciones, asaltos protagonizados, inducidos o legitimados por los mismos que ahora se ponen estupendos con cuatro ganaderos, también.

Aquí se ha apedreado a PP, Vox y Cs en Cataluña, el País Vasco e incluso Madrid con el silencio cómplice de estos mismos trompetistas de Jericó que pretenden activar su enésima alarma antifascista para convertir una protesta desesperada, menor, irrelevante y obviamente equivocada en las formas pero razonable en el fondo, en otra excusa para estigmatizar a la oposición y deslegitimar cualquier protesta contra sus múltiples abusos.

Nada extraña en gentes que aprueban leyes a favor de los okupas y contra la propiedad privada mientras adquieren mansiones en Galapagar y las rodean de guardias civiles. Ni en quienes instigan el asalto al Congreso o al Parlament, pero se afectan por un incidente en un consistorio de pueblo. Ni en quienes deportan reyes mientras repatrían a etarras.

El tonto es así, pero aunque la tontería sea contagiosa, no hagamos el tonto dándoles demasiado la razón: poco ha pasado en Lorca, y poco pasa en España, frente a tíos con sueldos de cinco o seis ceros que dedican su tiempo a agredir de múltiples maneras a quienes les pagan esa morterada mientras lloran para llegar a final de mes.

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