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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Pablo, no es Abascal, es Sánchez

Quien gobierna con los herederos de ETA es Sánchez, no Vox; quien va a poner en la calle a asesinos terribles es Sánchez, no Vox; quien pactó e indultó a los supremacistas catalanes es Sánchez, no Vox; quien ha sentado en el Consejo de Ministros a populistas amigos de dictaduras represoras es Sánchez, no Vox

Actualizada 04:37

El PP tiene que saber qué quiere ser de mayor. Si quiere gobernar, tendrá que mirar a su derecha, desterrando prejuicios. En tiempos mejores, pactó con nacionalistas y dio alas, como hizo el PSOE antes y después, a los depredadores del Estado. Salvo Leopoldo Calvo-Sotelo, que hizo un tímido intento con la LOAPA de que las autonomías no rompieran las costuras, todos los presidentes se apuntaron a la política del apaciguamiento.

Los monstruos independentistas catalán y vasco se fueron comiendo parte del sistema constitucional y solo la dignidad de las víctimas de ETA y la determinación de las fuerzas de seguridad del Estado y la justicia acabaron con el brazo asesino del segundo, mientras el primero daba un golpe de Estado ante las narices de los dos partidos de Gobierno, arrobados por el seny de Jordi Pujol, de día jefe de una organización familiar delictiva y de noche laureado como español del año en los cenáculos madrileños.

Mientras tanto, en Madrit, un Gobierno precipitado tras una masacre terrorista abría todas las heridas ya cauterizadas por la transición y terminaba de regalar pedazos de España a los amigos de Maragall. Entonces, casi todo el mundo compró el marco mental según el cual no votar a la izquierda era de fachas. Es decir, se normalizó un «progresismo», como sostiene Cayetana Álvarez de Toledo en su último libro, que censura la xenofobia contra los extranjeros y aplaude la xenofobia contra los compatriotas.

La crisis de 2008 hizo añicos lo poco que habíamos logrado armar como sociedad democrática: unas instituciones respetadas y el turnismo entre dos partidos que habían dotado de estabilidad a nuestro Estado. Al PSOE la fragmentación política le robó electorado por el flanco izquierdo, con la irrupción de Podemos, y para el PP el mordisco fue doble, por el centro con Ciudadanos y a su derecha con Vox, nacido al calor de la tibieza ideológica del PP, justificada por el marrón económico que tuvo que arrostrar.

Solución: el socialismo (ya sanchismo) blanqueó a su enemigo, metiéndolo en el Gobierno, y a sus socios, incluidos exetarras. Mientras tanto, los endémicos complejos de la derecha aceptaron una lógica perversa aventada según la cual el partido a su diestra, Vox, era un peligroso vestigio de otros tiempos. No es que la formación de Abascal no tenga que afinar parte de su discurso, dejar de hacerse la víctima, dar trigo y predicar menos con soluciones fáciles a problemas complejos y sobre todo aclarar si lo primero en su agenda es desalojar a Sánchez o la cainita pulsión de acabar con Casado; pero comprando ese argumento del espantajo de la ultraderecha, Génova acabará con cualquier opción de Gobierno por los siglos de los siglos.

No va a ser fácil la comunión con Vox, que algún día tendrá que pasar de las musas al teatro. Pero no hay otra. Si la derecha quiere mandar a Sánchez a su casa de Pozuelo, solo con Abascal tiene alguna posibilidad de hacerlo. Castilla y León, donde se ha dado un testarazo la izquierda (Sánchez ha perdido ya en cuatro citas electorales) tiene que ser el banco de pruebas. Porque conviene recordar alguna cosa: quien gobierna con los herederos de ETA es Sánchez, no Vox; quien va a poner en la calle a asesinos terribles es Sánchez, no Vox; quien pactó e indultó a los supremacistas catalanes es Sánchez, no Vox; quien ha sentado en el Consejo de Ministros a populistas amigos de dictaduras represoras es Sánchez, no Vox. Es entendible que Casado tema la pérdida del voto útil de los electores más moderados que aprecian en él la experiencia en la gestión y huya de darle al socialismo más munición para sus simplezas de la alerta antifascista. Pero la situación de España tiene un objetivo mayor: sumar para acabar con una pesadilla llamada Pedro Sánchez.

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