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Desde la almenaAna Samboal

¡Qué pena!

Una cosa es mandar y otra bien distinta desconocer los propios límites o faltar al respeto. Pero Casado no escuchó o no quiso escuchar. En esta semana de amargura, habrá aprendido la lección pendiente, la que probablemente nunca quiso estudiar

Actualizada 17:26

Dicen que España es un país que entierra muy bien. No sé si será esa la razón, pero, en los últimos días, he recibido mensajes, a diestra y siniestra, de votantes de uno y otro lado del arco parlamentario, lamentándose de lo que le ha ocurrido a Pablo Casado. Desconozco si los que los firman le hubieran votado, pero al menos parece que han percibido lo que, los que le hemos tratado de cerca, pensamos: que es un buen tipo. ¿Sería un buen presidente?

Pablo Casado ha leído, tiene valores y convicciones y ha vivido de cerca el poder, lleva ya unos años en esto y ha seguido como director de gabinete los pasos de Aznar. Eso le avala. Sin embargo, la política es cainita y, para llegar alto, hay que haber probado la sangre. Me temo que no es el caso. Al menos, no hasta esta última semana.

Por convicción, conveniencia, agradecimiento o ceguera, ha ligado hasta el tiempo de descuento su suerte a la de su valido, Teodoro García Egea. Muchos reyes han caído por menos. Hace ya meses que corría por Madrid el rumor de que o se iba uno o tendrían que irse los dos. Si el secretario general es en todos los partidos general secretario, dicen que él ha ido más lejos. Y una cosa es mandar y otra bien distinta desconocer los propios límites o faltar al respeto. Pero Casado no escuchó o no quiso escuchar. En esta semana de amargura, habrá aprendido la lección pendiente, la que probablemente nunca quiso estudiar. A cambio, ha ganado el cariño de unos votantes que le fueron esquivos, pero que han percibido que su familia, su segunda familia, se ha vuelto contra él. En algunos casos, de forma encarnizada.

¿Ahora qué? Discrepo de los que piensan que los medios de comunicación nos hemos cebado largando al minuto los episodios de la crisis del PP, habiendo tanto que afear a la coalición que gobierna. Precisamente por eso, porque el Ejecutivo que ordena nuestra cosa pública hace y deshace sin tino y nos lleva por derivas peligrosas, es prioritario que enfrente se alce una alternativa sólida que garantice una alternancia sensata.

Dicen que viene a Madrid Alberto Núñez Feijóo. Es el deseado por el partido y por la prensa, a la que lleva años cuidando. En un mes y tal como están los ánimos, posiblemente nadie le hará sombra en las filas populares. Pero sabrá, porque tiene carrera en lo público, que la capital es más dura que cualquier provincia, por agreste que sea y que aquí se desayunan políticos crudos cada mañana. Algunos deslenguados ya avanzan que es el líder de transición, el Moisés que les llevará a las puertas de la tierra prometida. Sea él, sea el que sea, todavía tiene un largo desierto que atravesar.

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