Mujeres, pese a Irene Montero
Irene Montero habla de un hombre que existe poco para describir al hombre en su conjunto, pero la respuesta no puede ser mimética aunque en sentido opuesto, tratar a las mujeres como si todas fueran Irene Montero
A la mujer española le va peor que al hombre porque a ambos les va mal y ellas le añaden cargas particulares a las genéricas existentes en un país hecho unos zorros: no se fijen en el Ministerio de Hiperventiladas de Irene Montero; pero miren a sus esposas, madres, hijas, nietas, compañeras, amigas, vecinas y cuñadas para concluir que, más allá de la retórica barata de la banda de Igualdad, que va armada y es peligrosa, ellas lo tienen aún más difícil.
El peor legado del peor Ministerio es que ha convertido en incómoda una causa que, cuando apartas la caspa podemita, luce necesaria y nos interpela a todos mirándonos a los ojos hasta agachar la mirada: nadie duerme tranquilo al imaginar a su hija volviendo sola y de noche a casa; al ver a su mujer con dificultades en una empresa donde un zángano vuela más con sus torpes alas o al recordar a su madre apuñalada por miradas afiladas al verla fumar, trabajar, conducir o vivir.
Irene Montero habla de un hombre que existe poco para describir al hombre en su conjunto, pero la respuesta no puede ser mimética, aunque en sentido opuesto, tratar a las mujeres como si todas fueran Irene Montero. Ellas lo tienen más difícil para llegar, más difícil para mantenerse y más difícil para atender todas sus responsabilidades, muchas de ellas derivadas de una prolongación del viejo esquema doméstico que nos libera a nosotros de tareas que también son nuestras. La ministra habla de nosotros como si todos fuéramos su pareja, machos alfa y señoros de una manada machista que no existe, ni siquiera en Podemos, lo más parecido a esa caricatura obscena.
Pero la réplica no puede ser tratar a las mujeres como si todas fueran la ministra de Igualdad y su coro de vividoras con sueldos de cinco y seis cifras que necesitan, para sobrevivir del cuento, alejar las soluciones y soflamar los problemas hasta hacerlos eternos: no hay activismo que sobreviva al progreso, luego necesitan simular que nada avanza para mantener su chiringuito y ahora, desde el Gobierno, impulsar leyes delirantes que enturbien un debate serio sobre problemas concretos que sufren ellas por ser mujeres, del asesinato para abajo.
No ser feminista es tanto como no ser de las mujeres que usted conoce, de las que aprende, a las que admira, a las que quiere, por las que se preocupa y de las que se aprovecha, no siempre con un esfuerzo recíproco, mientras padecen peligros y problemas específicamente suyos que nosotros no sufrimos. Y nada los prolonga más que incluir, en el viaje de despreciar la bobería podemita, que es ante todo un negocio, el desdén a la causa de la que se aprovechan, pero que existe: si usted le partiría la crisma a cualquiera que hiciera daño a las mujeres de su vida, no me diga luego que le horripila que ellas, sin intermediarias o con ellas, se la partan primero y lo celebren como les salga del mismo centro del trigémino.