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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Sobre la calidad humana de Sánchez

Ensañarse de nuevo con el viejo Rey Juan Carlos al día siguiente de que aceptase por carta su exilio refleja una cierta mezquindad

Actualizada 09:27

El Rey Juan Carlos I prestó magníficos servicios a España. Más tarde, en la fase crepuscular de su reinado, descuidó su comportamiento privado e incurrió en serios errores de juicio, que él mismo ha reconocido y por los que ha pedido disculpas varias veces. Su actuación particular ha sido objeto además de la más profunda y minuciosa evaluación por parte de la Fiscalía (que en España atiende de manera activa a los intereses de Sánchez, toda vez que situó como fiscal general a una ministra del PSOE promocionada por él).

No se puede decir que Juan Carlos I haya salido de rositas de sus malos pasos. En junio de 2019 hubo de renunciar a toda actividad pública oficial. En marzo de 2020, Felipe VI sancionó con dureza a su padre: le retiró la asignación pública y anunció el simbólico gesto de renunciar a la herencia paterna. Además, se abrió una investigación judicial. Pero por si todo ello no bastase, Sánchez impulsó en el verano de 2020 una campaña mediática y política para castigar a Juan Carlos I con una suerte de pena preventiva de exilio, vulnerando así su presunción de inocencia y aplicándole una sanción que no existe en nuestro ordenamiento jurídico. Esa fuerte presión de la Moncloa fue lo que acabó provocando en agosto de 2020 la salida del Rey rumbo a Emiratos. Aquella polémica sirvió al Gobierno como maniobra de distracción ante su pésima gestión de la epidemia.

La investigación judicial contra el anterior jefe del Estado concluyó sin cargo alguno contra él, a pesar del empecinamiento del presidente y su apéndice fiscal en buscar cieno hasta debajo de las piedras, como reflejó la demora a la hora de cerrar el caso cuando era ya evidente que no existía materia para inculparlo. El último hito de esta historia llegó el pasado lunes, con una carta de Juan Carlos I a su hijo, en la que acepta lo que podríamos llamar su pena de destierro, renuncia a volver a vivir en España y asume errores en su conducta privada y vuelve a disculparse por ellos. La misiva, según el diario monclovita «El País», fue redactada por el equipo de la Zarzuela en colaboración con La Moncloa y el Rey Juan Carlos se habría limitado a acatar y firmar lo que le presentaron.

Resumen de lo anterior: al Rey Juan Carlos no le ha salido gratis su falta de ejemplaridad, ha pagado duro por ella. Pero para el actual presidente del Gobierno todo es poco. A día siguiente de esa pública misiva de Juan Carlos I a su hijo, donde asume su castigo de vivir fuera de España, Sánchez ha aprovechado un vuelo a Lituania para volver a ensañarse con el viejo Rey, de 84 años. En un corrillo informal con los periodistas –que es una manera bastante cobarde de lanzar la piedra y esconder la mano–, el presidente volvió a demandar explicaciones al ex jefe de Estado y le exigió por enésima vez que «aclare» sus actividades.

¿Qué aflora aquí? Pues en primer lugar una escasa calidad humana. Cuando has lanzado una batalla contra alguien y la has ganado, lo elegante es pasar página y no ensañarte con el adversario que ya está en la lona y pena su culpa. Supone además un osadía que Sánchez, adepto de la mentira y el nepotismo, se atreva a impartir lecciones morales al prójimo.

Lo segundo que asoma resulta todavía más preocupante, debido a su calado político: se percibe el desapego de este presidente hacia la monarquía, cuando por mandato constitucional está obligado a defenderla. Toca hacerse una elemental pregunta: ¿beneficia o perjudica a la monarquía, y por ende al actual Rey, la tenaz campaña de Sánchez contra Juan Carlos I? Es evidente que hace daño a la Corona, pues su estabilidad reposa en buena medida sobre su prestigio, y si el presidente del Gobierno se dedica a proclamar constantemente que el Rey que contribuyó a traer la democracia era una especie de golfo, parece claro que no le está haciendo ningún bien a la institución monárquica. Además, la inquina de Sánchez resulta superflua, pues como decíamos, Juan Carlos I ya ha recibido un castigo severo por sus devaneos privados (¿o acaso no es duro verte forzado a abandonar tu país bien cumplidos los 80 años?).

¿Han acertado el actual Rey y su padre aceptando lo que de facto fue la expulsión de Juan Carlos I de su propio país? No tengo una respuesta clara. Pero sí parece obvio que la adopción de tan traumática medida no ha servido para acallar la campaña de Sánchez contra Juan Carlos I, empeño que –no nos engañemos– no deja de ser un modo de erosionar a la Corona (baluarte último de la unidad de España y del orden constitucional que consagra nuestros derechos y libertades, lo que tal vez explica la alergia a la monarquía de los tres socios que sostienen a este Gobierno, los separatistas vascos y catalanes y los comunistas de Podemos).

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