El papelón alemán
Hoy Alemania está atrapada por efecto de sus contradicciones. No puede prescindir de la energía rusa, por lo que continúa alimentado su maquinaria de guerra
Alemania es la primera potencia europea. Tanto por demografía como por producción industrial su liderazgo resulta indiscutible. Las relaciones hispano-alemanas son buenas desde hace mucho tiempo, superando cambios políticos y conflictos militares. Una situación que contrasta con las que mantenemos con nuestra vecina Francia o con el Reino Unido, más problemáticas. De ahí que lo que le ocurra a Alemania tenga siempre especial interés para España.
Alemania está pasando por uno de los peores momentos en su historia diplomática desde el final de la II Guerra Mundial, sino el peor, y lo más grave es que está cosechando el resultado de sus errores.
El hecho de haber invadido la Unión Soviética y de haber cometido allí atrocidades está en la base de una diplomacia particularmente comprensiva con las singularidades rusas. Desde los días de Willy Brandt al frente de la cancillería, la República Federal de Alemania ha tratado de tender puentes con Rusia, generando una red de intereses mutuos que actuara como el cimiento de un vínculo que se proyectara en el tiempo. Tan comprensible es este enfoque –más aún si recordamos la realidad de una Alemania dividida en dos– como sorprendente el abandono de una de las grandes lecciones supuestamente aprendidas de la II Guerra Mundial. Me refiero a la doctrina Churchill sobre las «estrategias de apaciguamiento» a propósito de la cesión del premier Chamberlain en los Acuerdos de Múnich, a la que se refería Alejo Vidal-Cuadras este pasado fin de semana. En lo esencial Churchill indicaba que una cesión ante una potencia no democrática no tenía el efecto deseado de apaciguar sino, bien al contrario, de animar a nuevas exigencias.
La Alemania unificada bajo el liderazgo de Schröder y Merkel ha generado unas dependencias de la economía germana respecto de Rusia que finalmente se han convertido en una de las claves para entender la decisión rusa de invadir Ucrania. Sería injusto culpar a Alemania de lo ocurrido y, desde luego, no es mi intención. La Unión Europea es tan responsable como Alemania de haber tratado de pacificar a Rusia cediendo vergonzosamente en las crisis de Moldavia, Georgia, Crimea y Donbás. En la lógica política rusa nuestra débil reacción era prueba de que no haríamos nada relevante si invadían Ucrania, más aún cuando la economía de la primera potencia industrial europea dependía de las importaciones de sus hidrocarburos.
Rusia no entendió hasta qué punto esa invasión cuestionaba el papel de Occidente en el mundo y no calculó suficientemente nuestra reacción. Aún así, Alemania sigue dependiendo del gas y del petróleo ruso, por lo que sigue financiando a Rusia.
En este contexto se ha producido una ilustrativa crisis en las relaciones germano-ucranianas. El Gobierno de Kiev ha rechazado la visita del recién reelegido presidente alemán, antiguo ministro de Asuntos Exteriores, por su responsabilidad en la política seguida hacia Rusia. El hecho ha indignado a la opinión alemana. El presidente es una figura institucional que representa a todos los alemanes, esos que hoy se ven forzados a ayudar al Gobierno ucraniano a defenderse. El consenso nacional apunta a un grave error diplomático ucraniano. Se acusa a Zelenski, presidente de un estado invadido que vive en un búnker dentro de una ciudad sitiada y bombardeada gracias a la estúpida política seguida por Alemania, de errar diplomáticamente como si la realidad de la guerra no fuera tal.
Alemania fue advertida, cuando no acusada, con mucha antelación por los estados eslavos y anglosajones de las consecuencias que acabaría teniendo su política. Sin embargo, sus élites siguen convencidas de que hicieron lo correcto. La pública rectificación de su canciller en sede parlamentaria no fue el resultado de una sincera revisión estratégica sino del hecho de verse desbordados por la situación. En particular la bochornosa visita del canciller a la Casa Blanca les convenció de que su posición era insostenible.
Hoy Alemania está atrapada por efecto de sus contradicciones. No puede prescindir de la energía rusa, por lo que continúa alimentado su maquinaria de guerra. Puesto que fue advertida con tiempo tendrá que aguantar las críticas de los que siempre han denunciado las intenciones rusas. No hace mucho Alemania defendía la desnuclearización europea, otro ejemplo de irracionalidad estratégica. Hoy el problema es otro ¿Qué tipo de disuasión nuclear vamos a tener en el futuro? La Alianza Atlántica reivindica su unidad, su papel en el mundo… Finlandia y Suecia consideran su ingreso, pero la realidad es que Estados Unidos ya no es el protector del Viejo Continente. Están hartos, con toda la razón, de sus aliados europeos y si Trump reconquista la Casa Blanca la Alianza tendrá que cambiar mucho para que Estados Unidos permanezca en su seno. ¿Está Alemania, la potencia europea más importante, preparada para ello? Si el vínculo atlántico se rompe ¿sobre qué bases se reconstruirá la seguridad europea? ¿Viviremos bajo la protección del paraguas nuclear francés? ¿Será capaz Alemania de renunciar a su arraigada política rusa?