La blanca boda
De la Colegiata al Congreso media largo trecho. Del Hotel Real a Bildu, aún más largo. De El Danubio Azul a Los Segadores, larguísimo. Del padre Gatón a Otegi, interminable
La presidente –y no es errata– del Congreso, Meritxell Batet, que ha modificado por vía urgente el sistema de mayorías para permitir que los proetarras de Bildu y los golpistas de ERC accedan a los secretos oficiales, fue en su primera juventud –transcurre por la segunda–, una promesa del ballet clásico. Se decía de ella que llevaba en una pierna la sutileza de la Paulova, en la otra la fortaleza de Margot Fonteyn, en su medido torso la gracia de Pilar Rahola y en su cabeza el alarde artístico de Dodó Escolá, autor de la bella balada La Naranja y el Limón, que tanto emocionó a los jóvenes de mi tiempo. Se trataba de una canción, bailable, resumida en el amor imposible de una naranja y un limón. Drama y tristeza.
Llegó un barco naranjero,
Y a su media naranjita
Se llevó hasta el extranjero,
Y el limón del limonero
Se puso enfermo y se murió.
Y aquí termina esta historia de amor
¡¡Por culpa de la exportacióóóón!!
En Barcelona, las profesoras de ballet de Meritxell, se vieron obligadas a decirle la verdad acerca de su futuro como bailarina. «Meritxell Batet, molt petileta per el ballet», que además rima. Y le brotaron esos rizos de oro, bucles dorados de encinas en primavera, que aún perduran en su cabello. Y un día, como la naranja y el limón de Dodó Escolá, un aguerrido y joven político del Partido Popular, el montañés José María Lasalle, el mismo que siendo secretario de Estado de Cultura con Íñigo Méndez de Vigo premiaba a Trueba y subvencionaba a los restos de «La Ceja», viola paseando por una calle de Barcelona y se prendó de ella. Lógico, por otra parte.
Santillana del Mar de gala. Se casaban en la maravillosa Colegiata, la más dulce bailarina y el más acomplejado político del PP, lo cual tiene mérito. Ella, de blanco, pureza infinita. Fue ella la que exigió casarse por la Iglesia. Ofició la ceremonia el Reverendo Padre don Alberto Gatón de las Heras, magnífico predicador, y que al cabo de los años sería un querido y respetado capellán de la Armada Española. Al abandonar el templo, los invitados, entre los que destacaba Narcís Serra, su protector, lanzaron al aire de Santillana puñados de arroz. De ahí, se trasladaron al económico Hotel Real de Santander inmediato al «Promontorio» de don Emilio Botín, donde se celebró la cena nupcial y el posterior baile. Como se trataba de una pareja de mentes progresistas, dentro de lo que cabe, eligieron un vals de Strauss para iniciar desde la danza su senda hacia el amor. Un vals original y de interpretación comprometida, El Danubio Azul.
Por desgracia el amor con Lasalle no fue excesivamente duradero. En este aspecto, mi comprensión se sitúa del lado de Meritxell. Tuve la oportunidad de comer con Lasalle un día en el bar del Puerto de Santander, y puedo asegurar, y lo aseguro, que me pareció un coñazo. Ella, que saltó de la devoción cristiana al PSOE, había apoyado a Madina y cayó en desgracia. No obstante, conoció en Zahara de los Atunes al jurista Juan Carlos Campo, también conocido como «el alegre ruiseñor de la Justicia», juez en excedencia y diputado del PSOE por Cádiz. Y el amor que durmió Lasalle nació de nuevo con el simpático Campo. Para celebrarlo, Sánchez nombró a Campo ministro de Justicia y a Meritxell, ministra de Administraciones Públicas y, posteriormente, presidente del Congreso de los Diputados.
De la Colegiata al Congreso media largo trecho. Del Hotel Real a Bildu, aún más largo. De El Danubio Azul a Los Segadores, larguísimo. Del padre Gatón a Otegi, interminable. De Lasalle a Campo, bueno, no tanto, que en este aspecto ha sido coherente.
Memoria de una blanca boda.