Vuelve sin casa
El Rey Juan Carlos regresa, pero se le exigen muchas condiciones humillantes para recuperar la normalidad. Podrá acudir a La Zarzuela a saludar a su hijo, el Rey, pero sin derecho de pernocta
Al Rey Juan Carlos le molesta mucho que le digan «El Emérito». El término lo acuñó un enemigo con el beneplácito de La Zarzuela y La Moncloa. O una enemiga. A Don Juan también le irritaba ser denominado «El Pretendiente». Lo del Emérito ha calado en la mala costumbre. Y abre las puertas a la claridad. Quienes se refieren al Rey Padre demuestran su respeto por la figura de quien ha sido un excepcional Rey. Los que usan lo del Emérito están en el bando de la ingratitud y el resentimiento. El adjetivo viene de Roma. El «Emeritus» era el soldado de la Roma antigua con los deberes cumplidos que disfrutaba la recompensa debida a sus méritos pasados. Don Juan Carlos cumplió sobradamente, y con brillantez y arrojo sus deberes con España, y el adjetivo encaja perfectamente con sus cumplimientos, pero suena mal. Con lo sencillo que resulta referirse a su persona como el Rey Padre. A la Reina Sofía nadie le llama «La Emérita», sino la Reina Madre, y ahí no hay untuosidad cortesana, sino síntesis correcta. Un sepulturero – escrito con todo miramiento–, que haya enterrado bien a sus semejantes durante cuarenta años, merece el tratamiento de «Enterrador Emérito», como un catedrático, un ingeniero de minas o un arquitecto al que no se le hayan caído sus casas. El que ha sido Rey muere siendo Rey. El exRey es despreciativo. Como el extorero. Un torero retirado siempre será un torero, y un Rey que ha abdicado, y ha sido injustamente alejado y marginado, al menos en España, sigue siendo Rey hasta su fallecimiento. En Holanda y Bélgica, si abdican de la Corona, menguan de Reyes a Príncipes, y con su pan se lo coman.
Ni Sánchez, ni Carmen Calvo, ni la Lola Lolona la Fiscal, han conseguido que el Rey Juan Carlos sea imputado. De ahí que su retorno a España se presente inminente. En Podemos se advierte una cierta consternación. Les ha fallado el plan. Y no digamos en los separatismos y terrorismos que sostienen al Gobierno de España. Los presidentes del Gobierno que pasan, sí son expresidentes, a Dios gracias. Se les podría aplicar adjetivos para distinguirlos a unos de otros. José María Aznar, el hercúleo; José Luis Rodríguez Zapatero, el aurífero; Mariano Rajoy, el titánico, y Pedro Sánchez, el detritus, todos ellos ajustados a sus personas desde una extrema bondad y generosidad.
El caso es que el Rey Padre vuelve, pero se le exigen muchas condiciones humillantes para recuperar la normalidad. Según el diario El Mundo, se le permitirá acudir a La Zarzuela a saludar a su hijo, el Rey, pero sin derecho de pernocta. Ni dormir le dejan en el que ha sido su hogar durante su prolongado y magnífico reinado. –Vienes, me saludas y te vas a Sanjenjo–. Profunda amabilidad y cortesía. Para mí, que si el Rey Padre, ya en Sanjenjo –lo de Sanxenxo en un texto escrito en español es una paleta cursilería–, decide embarcar para navegar a vela, hará bien en mandar que revisaran la quilla y los bajos del barco por si encuentran algún agujero para que se hunda en la primera baliza. Es posible que el encargado de agujerear el casco del barco sea el acuñador del adjetivo el «Emérito».
Es decir, que el Rey Padre, libre de imputaciones, el único español desterrado por capricho, en su retorno a casa no podrá vivir en su casa, lo cual, dicho con toda sinceridad, no es sólo una faena. Es una cabronada.