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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Perros

Sánchez se echa a la espalda salvar a la humanidad del CO₂, pero luego es incapaz de viajar al Davos de turno sin un Falcon, doce coches oficiales y un par de Pumas

Actualizada 02:47

Hay un perrito, y uso el diminutivo en vano, que orina cada día tres veces en la esquina de mi casa. Nunca le veo, pero su torrente inunda tres metros de acera y se aprovecha de la pendiente para saludar, oloroso y amarillo, en la misma puerta.

De las horas que el animal permanece en confinamiento domiciliario da cuenta el formidable caudal que deposita, los meandros que dibuja y el glorioso itinerario de obstáculos que supera para desembocar junto al felpudo y desbordarlo.

Nunca he visto al dueño, aunque lo he buscado sin saber muy bien para qué. No puede ser enseñado quien ya se sabe la lección y la ignora, y mi torpe iniciación al judo descarta la confrontación personal, aunque en las penumbras del efluvio canino jugueteo con la posibilidad de hacerle al menda un O soto gari y liberar a Lassie del cautiverio.

La cuestión es que un tío se mea en tu casa por vía interpuesta, a sabiendas de los estragos, desechando alternativas menos agresivas y reincidiendo en el abuso y el error con la constancia de Sánchez.

Esa meada es una enseñanza política y sociológica impagable. Resume los tiempos que vivimos, con hordas de concienciados salvadores de la humanidad que desechan, sin embargo, respetar el pequeño rincón del planeta que sí pueden cuidar.

Es probable que el psicópata miccionario haya aplaudido la apuesta de Garzón por los juguetes unisex, la feliz idea de Sanidad de sustituir el vino del menú por agua del grifo, la ley de Montero que permite a un tío con pito y peluca decir que se llama Conchita y es lesbiana o afligirse mucho cuando Sánchez, tan concienciado siempre, se echa a la espalda salvar a la tierra del CO₂ aunque no sabe luego viajar al Davos de turno, a vender humo y decir tontunas, sin doce coches oficiales, un Falcon y un par de helicópteros Puma.

Quizá de todos los males que nos asolan el peor sea el de la falta de una cierta humildad, que es la antecámara de todas las perfecciones, según Aymée. Cuando entonces, esa virtud prevalecía en el receptor de un subsidio, en el chaval sin estudios, en el hijo frente al padre y en el joven ante el viejo.

Se entendía que la vida, como la historia, es una sucesión de hechos conectados en una cadena de tiempo en la que cada cosa anterior explicaba la siguiente y le daba sentido: Picasso solo se entiende con Velázquez, como The Beatles con Mozart, y en la misma medida que el arte; la vida, la historia y las emociones son un pan horneado sin prisa con manos que se van dando el relevo.

Pero ahora un tío pone a su inocente perro a mearte en tu puñetera casa o un presidente mete a ETA en el Gobierno y, si lo dices, son capaces de acusarte de no querer a los animales. Ni tampoco a los perros.

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