Cuando las armas hablan
Somos el quinto país más seguro del mundo. Esto viene a demostrar que, si no hay pistola o similar con que asesinar, se mata menos
La sociedad norteamericana, admirable en tantos aspectos, arrastra un pecado desde que los pioneros fundaron y crearon la democracia moderna más antigua del mundo: el uso de las armas de fuego de manera indiscriminada. La matanza de tantos inocentes el pasado martes en Texas viene a evidenciar una vez más –y ya van muchas— que esa falta de control solo acarrea muerte y sufrimiento. Los Estados en democracia están justamente para corregir los excesos que del libre ejercicio de algunos derechos pueden llegar a cometer los ciudadanos. En España, sin embargo, gozamos de uno de los sistemas más restrictivos en esta materia; algo, por cierto, heredado del franquismo. El nuestro es uno de los países en los que menos armas detenta la ciudadanía: tan solo el 10 % de los españoles tiene pistolas o escopetas. La mayoría para dedicarse a la caza. El control y la inspección que sobre esos propietarios ejerce la Guardia Civil es admirable. De ahí que tan solo se hayan registrado 290 asesinatos el año pasado. Nada que ver con los más de 10.000 de los Estados Unidos o los 25.000 de Venezuela. Somos el quinto país más seguro del mundo y de esos crímenes de sangre, un porcentaje elevado fue con arma blanca. Esto viene a demostrar que, si no hay pistola o similar con que asesinar, se mata menos. Ello no es obstáculo para que no seamos uno de los países punteros en cuanto a fabricación de todo tipo de material para la Defensa. Pero eso es harina de otro costal. Ya sabemos que un revólver solo sirve para matar, aunque a veces sea en defensa propia. Pero nada mejor que no tenerlo, porque las armas siempre las carga el diablo.