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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Entusiasmo descriptible

A Sánchez no le soporta en Europa ni el tito. Se trata de un timador sin escrúpulos al que ya nadie hace caso

Actualizada 01:55

Era César González Ruano uno de los columnistas más leídos de ABC, y en ABC escribían los mejores. El alcalde de Guadalajara le invitó a dar una conferencia. «Espero que bien remunerada, señor alcalde», le advirtió Ruano. Don César había pasado recientemente por una dura experiencia económica. Un amigo le recomendó que escribiera artículos elogiando el desarrollo económico y social de la República de Honduras.

«Hay dinero, César». Y César escribía todas las semanas en ABC un texto dedicado al milagro de Honduras. Fue invitado por el embajador de aquella república hermana, que no sabía cómo agradecer al gran escritor su amor por Honduras. «Como sabe, don César, no hay dinero para agradecerle su apoyo a nuestra patria. La economía está por los suelos. Pero a petición mía, el presidente de la República le ha concedido el máximo honor que se ofrece en nuestro país. El Gran Collar del Quetzal de Oro». Ruano se mantuvo callado, hasta que preguntó; «¿no hay dinero, señor embajador?»; «no hay dinero, don César, pero se convierte usted en el primer ciudadano no hondureño en posesión del Gran Collar del Quetzal de Oro». César estalló, indignado: «Señor embajador, pueden ustedes meterse el Gran Collar del Quetzal de Oro por donde les quepa y les duela menos. Me han engañado. Y como usted me confirma que no hay dinero de recompensa, yo les confirmo a ustedes que, en mi opinión, Honduras es una patata». De ahí que César no quisiera repetir la decepción. «Espero que sea remunerada, señor alcalde». «Generosamente, don César. La expectación es indescriptible».

Se eligió el escenario con más capacidad de público, y el Ayuntamiento aportó, además, quinientas sillas supletorias para acomodar a todos los asistentes. Cuando César, acompañado del alcalde de Guadalajara y su concejal de Cultura, hizo su entrada en el inmenso salón de conferencias, reparó en un detalle doloroso y decepcionante. Contó los asistentes a su conferencia. En total, 16 personas, incluyendo los tres amigos que le habían acompañado desde Madrid. Solicitó al alcalde cobrar la remuneración con anterioridad a iniciar su charla, que abrió con las siguientes palabras: «Señor alcalde de Guadalajara, señoras y señores: es evidente y demostrable que mi presencia en esta bella ciudad ha despertado un entusiasmo muy descriptible». Soltó la conferencia y retornó a Madrid con sus amigos. Eso sí, con el dinero en el bolsillo interior de su chaqueta.

Ese desconsuelo que produce a primera vista un salón de conferencias abarrotado de sillas vacías, lo habrá sentido, como César, nuestro psicopatuco nacional, Pedro Sánchez, Antonio en Italia. Ignoro el aforo del salón de conferencias de Davos, pero ochocientos –800–, sillones sin traseros encima, son muchos sillones deshabitados de culos. Ha sido la intervención menos seguida del Foro, y con mucha diferencia. La conferencia de la ministra de Agricultura de Islandia, Lorna Finnbogadóttir, que disertó de «Las Coordenadas fallidas de los salmones atlánticos para retornar a los ríos islandeses», llenó la sala. Y Sánchez habló a 800 sillas vacías. Tan seguro de sí mismo se sentía que no se llevó ni a Simancas de aplaudidor oficial, lo que en el sur se llama «agradador». A Sánchez no le soporta en Europa ni el tito. Y su presencia, como González Ruano en Guadalajara, despierta un entusiasmo muy descriptible. Se trata de un timador sin escrúpulos al que ya nadie hace caso.

La ausencia de público en la intervención de Sánchez no ha sido comentada en las cadenas de televisión públicas y del duopolio privado subvencionado por la Moncloa. No es noticia relevante. Aquí, lo único importante es que Macarena Olona no ha nacido en Salobreña.

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