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El observadorFlorentino Portero

El proceso continúa

Estamos iniciando un período de reforma de nuestros sistemas políticos que resulta inevitable ante los cambios económicos y sociales que estamos viviendo. De cómo cada clase política afronte este proceso dependerá que se alargue más o menos

Actualizada 01:43

Si la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas nos proporcionó una rica visión de una sociedad política en transformación, su equivalente en las elecciones parlamentarias no ha podido ser más expresiva. Si dejamos a un lado los artificios propios de una ley electoral cuidadosamente diseñada para garantizar la gobernabilidad, que se manifiestan en las respectivas segundas vueltas, la imagen que ambos comicios nos proporciona es la propia de una sociedad descontenta con el legado recibido.

El sistema de partidos que se fue fraguando desde 1945 recibe hoy una indisimulada censura. La derecha clásica neogaullista y los socialistas han cosechado en ambos comicios un rechazo sin paliativos. Los náufragos de ambas formaciones se han venido a refugiar en la nave improvisada por un personaje singular, brillante y osado, Macron, que abandera un reformismo templado como dique de contención de corrientes radicales, profundamente arraigadas en la historia política francesa, pero que habían podido ser contenidas durante un largo tiempo. No sabemos cómo se resolverá la segunda vuelta, si Mélenchon podrá exigir la presidencia del Gobierno o no, pero lo fundamental ya es evidente: la mayoría de los franceses, desde la derecha o desde la izquierda, rechaza los fundamentos de la política seguida hasta la fecha. El proceso de integración europea, la Alianza Atlántica o una Francia comprometida con la construcción de una nueva gobernanza mundial son, entre otros ejes clásicos, objeto de desprecio.

Francia sigue el camino iniciado por Italia en la deconstrucción de su sistema político. En el país transalpino, dos grandes bloques, mal trabados pero rotundamente enfrentados, caracterizan un emergente nuevo régimen. Neofascistas, democristianos, socialistas, comunistas… son restos arqueológicos de un pasado que sólo interesa a los historiadores. Lo sorprendente de este país, capaz de sobrevivir sin gobiernos estables ni estrategias, es cómo, ante la imposibilidad de conformar una mayoría parlamentaria en tiempos tan complejos, es capaz de externalizar esta función en un tecnócrata de altos vuelos como Draghi.

Mientras los ciudadanos expresan su rechazo a políticos y programas, en Bruselas se felicitan por cómo la Unión Europea o la Alianza Atlántica están sabiendo resolver los retos, de singular importancia, que encuentran en su camino. ¿Tienen justificación tantos parabienes? En un momento en que Alemania está gobernada por un tripartito inestable, en plena revisión de su política exterior y de defensa, con serios problemas de aprovisionamiento energético y con la economía paralizada, la nueva Asamblea Nacional francesa va a sumar más inestabilidad y controversia. ¿Está la locomotora franco-germana en condiciones de liderar la Unión Europea? Todo apunta a que no.

Estamos iniciando un período de reforma de nuestros sistemas políticos que resulta inevitable ante los cambios económicos y sociales que estamos viviendo. De cómo cada clase política afronte este proceso dependerá que se alargue más o menos y, sobre todo, que implique giros radicales. Es tiempo para estadistas, no para oportunistas.

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