Teresa y Kichi al desnudo
Ella, como su pareja, todavía está debatiéndose entre las barricadas y la moqueta (va ganando la segunda, que da para llenar de ceros la cuenta corriente)
Teresa Rodríguez, o la Clinton de Cádiz, dibujó en el debate electoral del lunes una Andalucía paupérrima, dickensiana, donde la gente se muere a las puertas de los hospitales sin médicos, donde los niños estudian en barracones achicharrados en verano y ateridos en invierno, donde el más sublime proceso de aprendizaje de un menor es la técnica de masturbación, donde la derecha obligará a los homosexuales a volver a los armarios, de donde solo los sacará ella, junto con «el Kichi», el Clinton de Cádiz, con el que forma una pareja chulísima (con perdón de sus examigos, los marqueses de Galapagar). Y todo por culpa del mefistofélico Juanma Moreno que, a pesar de ser un malote de libro, ha conseguido engañar –si las encuestas se confirman– a casi la mitad de los ingenuos andaluces que prefiere lo malo conocido de la satánica derecha que lo bueno, buenísimo, por conocer: el Gobierno de los Kichi en San Telmo.
El protocolo, desde luego, se aliviaría. En el marco mental del marido de la aspirante a presidenta no cabe la ropa, esa dictadura textil propia de «los de derechas». Así que si la presidencia andaluza la ocupara esta pareja desinhibida, con ellos el nudismo acabaría con el rigor del verano, los niños ya no echarían de menos el aire acondicionado en las aulas; y la sanidad pública, tan tercermundista por culpa de Juanma, ahorraría un buen dinero en batas blancas y ropa de quirófano. Esa es la manera, sí señores, de recuperar la sanidad de todos.
Es lo bueno que nos han traído los paladines de la nueva política, que soluciones no tienen ninguna que no hayan arruinado ya a Cuba y Venezuela, en donde a estos no les apetece vivir, pero se las pintan solos para hablar mal de la tierra que quieren gobernar. Ella, como su pareja, todavía está debatiéndose entre las barricadas y la moqueta (va ganando la segunda, que da para llenar de ceros la cuenta corriente), y mientras se deciden muestran cada vez que pueden su transparencia mental: nada por aquí, nada por allá.
Yo entiendo que para la señora Kichi hablar de la regla de gasto o de cómo homologar la financiación autonómica de la región más poblada de España con territorios privilegiados por el cupo tiene mucho menos encanto que los manuales sexuales infantiles o la economía verde de las vacas, pero convendría que fuera convenciéndose que, en el siglo XXI, a los pobres de mundo (también a los andaluces) les es más útil un buen consejero de Economía que le lea la cartilla a Chiqui Montero (otra andaluza cerebralmente inédita), que toda la morralla del catecismo pijoprogre que rezan cada noche ella y su santo.
Ah, y un último consejo: al resto de españoles no nos gusta burlarnos del acento andaluz de los Machado, Lorca o Hernández. Solo nos quedaba que los Kichi se volvieran ahora los Junqueras de Cádiz y declarasen la independencia de la chirigota. Cuidado: el próximo domingo, si las urnas les favorecen, nos declaran la DUI.