El retablo de las maravillas
La mayor desgracia del jeta Sánchez es que la cara de su adversario, Feijóo, dé confianza y la suya no convenza ni a los suyos
Ayer en el Senado los papeles parecían cambiados. Preguntaba un señor con cara de presidente, con gafas de presidente, con verbo de presidente, con mayorías de presidente, con tono de presidente; y contestaba otro señor que, por contra, parecía un concejal de distrito venido a más, con facciones de guaperas de barrio y gesto indolente de quien se pregunta con movimientos de cabeza de pájaro sorprendido qué está pasando aquí; un superviviente de un partido al que ha matado para convertirlo en una expendedora de pagos a los chantajes de los enemigos de España. Por una vez, el Senado ha servido para algo: para constatar que en nuestro país el ascensor social no funciona, pero el de la incompetencia, sí.
A Sánchez ayer no le favoreció tener dentro del tiro de cámara a Rafa Simancas, un político resentido porque un día se compró un par de ternos para presidir la Comunidad de Madrid y aún no los ha estrenado ya que dos diputados socialistas poco decentes le birlaron el lance, arrumbándole para siempre como a la Penélope de Serrat. Desde entonces se ha alistado al ejército de aplaudidores de Sánchez y ahí sigue, con la frustración tatuada en su rostro y el sueldo público indexado a su cuenta. Tampoco contribuyó a la pírrica credibilidad del presidente que arremetiera contra Feijóo, el líder de un partido de Estado, y segundos después, pusiera voz de presidente arrodillado cuando fue preguntado por una senadora de ERC de cuyo pulgar depende que Sánchez pueda seguir bañándose este verano en Lanzarote. Y no mejoró su humillada figura que la siguiente en interpelarle fuera otra senadora independentista vasca para reclamarle más dinero para terroristas víctimas del Gal, a él, unus ex illis. Si monta ese retablo de las maravillas, no le sale tan redondo: llama estorbo al líder de las mayorías y reparte caricias a golpistas y filoetarras, con Simancas de claque.
La mayor desgracia del jeta Sánchez es que la cara de su adversario, Feijóo, dé confianza y la suya no convenza ni a los suyos. Que resulte descomunal, inaprensible, y que además se exprese con un bruxismo maxilar y con una tensión facial indisimulada, que convierte la vergüenza que no tiene en cólera que le sobra, y que parece que va a estallar cuando el fascismo se atreve a pedirle cuentas, a él, al jefe del gobierno de la gente. Esa gente que la primera semana de cada mes tiene que vender el coche para comprar gasolina o llenar la nevera del pollo intensivo que veta Garzón mientras él, un comunista como Dios manda, se zampa los solomillos y el jamón del bueno desoyendo a su ministro de Consumo.
Está nervioso Sánchez. Pero no porque, como le recordó Feijóo, la prima de riesgo española esté ya en 250 puntos o porque nos endeude cada día en 210 millones de euros más o porque sus seudoayudas a la gasolina se las haya comido nuestra disparatada inflación del 10 por ciento. Está nervioso porque al 19-J ha mandado a un alcalde de buena voluntad, pero noqueado, para batirse contra la gestión eficiente de Moreno y porque sabe que, tras ese primer combate, mandará al degolladero a alcaldes y presidentes autonómicos. Y luego irá él, con la mochila repleta de felonías y traiciones. Ayer en la Cámara Alta empezó su particular campaña electoral: se ufanó de haber dado indultos a delincuentes condenados por el Supremo, delincuentes que si pudieran devolverían a extremeños, castellano-manchegos y aragoneses a los años del hambre. Vara, Page y Lambán ya tienen la campaña hecha.