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Miguel Ángel Casermeiro

Huracanes mediterráneos y conservación de suelos

El Mediterráneo se está transformando en nuestro Caribe particular al sufrir un calentamiento creciente, con máximos históricos en 2024

Actualizada 04:30

El período de huracanes es bien conocido por todos los habitantes del Caribe, desde mediados de agosto hasta finales de octubre, todos los ciudadanos están pendientes de los avisos de huracán que se emiten desde el centro de alerta de huracanes en Florida. Para que se produzcan estos eventos, es necesario que la superficie del mar esté lo suficientemente caliente para evaporar grandes cantidades de agua que nutrirán de energía a estas tormentas, algunas de las cuales se transforma en huracanes.

En la actualidad, el Mediterráneo se está transformando en nuestro Caribe particular al sufrir un calentamiento creciente, con máximos históricos en 2024, tal y como muestran los registros del sistema europeo de vigilancia Copernicus.

Las DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos), que para mi generación eran definidas como gotas frías, son conocidas en el Mediterráneo desde tiempos inmemoriales y existen abundantes registros históricos que nos ilustran sobre la periodicidad y magnitud de estos eventos. En ocasiones, en función de la intensidad, son capaces de generar graves perturbaciones en los ecosistemas y pueden llegar a ser catastróficos para la población. La comunidad científica, a través del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, viene asesorando desde hace décadas sobre las tendencias en la evolución del clima. Es muy ilustrativo leer los informes emitidos hasta la fecha, donde se predice un aumento tanto en la frecuencia como en la intensidad de fenómenos meteorológicos extremos en el área mediterránea.

Los científicos conocen y participan activamente desde hace mucho tiempo en el diseño de modelos de predicción, adaptación y mitigación climática. Ya en 1997, la profesora y senadora Carmina Virgili organizó unas jornadas sobre riesgos en el Senado, donde se puso de manifiesto la necesidad de cartografiar las zonas inundables y realizar análisis de riesgos. Desde hace décadas tenemos la capacidad para localizar las zonas potencialmente inundables y donde debería ser prioritario su no ocupación especialmente por áreas habitables.

Es indiscutible que estos eventos van a repetirse y previsiblemente con mayor intensidad, por lo que es urgente abordar estos hechos desde una perspectiva científica, integrando las recomendaciones emitidas por la comunidad académica, donde nuestros colegas de las universidades y centros de investigación del Mediterráneo tienen un papel relevante. Es en este contexto, donde adaptación y mitigación se configuran como los elementos clave en el diseño de políticas planes y programas que permiten disminuir en la medida de lo posible los efectos catastróficos de estos eventos climáticos.

Uno de los parámetros clave en la regulación de inundaciones es el papel modulador de los suelos y de la vegetación, que interceptan la lluvia, disminuyendo la velocidad e intensidad de la precipitación y permitiendo que el agua se infiltre de manera más lenta en el suelo. Cuando la lluvia es muy intensa y se satura la capacidad de infiltración de agua, aumentan progresivamente las tasas de escorrentía y de erosión movilizando en primer lugar los horizontes superiores y luego los subyacentes del suelo, incluso en riadas catastróficas se generan movimientos en masa de laderas dando lugar a esas imágenes de ríos marrones desbocados y llanuras cubiertas de lodo y barro.

Además de los efectos catastróficos sobre la sociedad, estos movimientos de materia implican, la destrucción de los suelos, que son un recurso ambiental no renovable a escala social. Los efectos de estas riadas producen efectos acumulativos y sinérgicos que retroalimenta la destrucción del suelo ya que retarda la aparición de nueva vegetación y por tanto aumenta el riesgo frente a nuevos procesos climáticos adversos, este ciclo es particularmente grave en la cuenca mediterránea donde los procesos de degradación de suelos son muy importantes: incendios forestales, abandono de tierras…

Después de esas riadas catastróficas empieza una nueva etapa de reconstrucción y prevención para mitigar y compensar estos efectos; es por tanto urgente incluir en el futuro despliegue de actuaciones una política activa de evaluación, prevención y mejora de los suelos en estas zonas sensibles. La búsqueda de soluciones basadas en la naturaleza, han mostrado una gran eficacia, aunque en ocasiones, sobre todo en situaciones extraordinarias, sea necesario el apoyo de la ingeniería que permitan la regulación de avenidas tales como: la correcta gestión de embalses, parcialmente colmatados en la actualidad, la generación y respeto de las zonas inundables y la correcta ordenación territorial.

Científicos, técnicos, ingenieros deben unir sus fuerzas para buscar las mejores soluciones adaptadas a los nuevos escenarios de cambio climático y las demandas sociales y los políticos harían bien en recibir estas soluciones e integrarlas en sus políticas y planes de actuación. Se presenta una buena oportunidad a nivel europeo donde todavía está pendiente la aprobación de la directiva marco de suelos y donde políticas activas de protección de suelos nos permitirán una mejor adaptación y mitigación de cara al futuro, nos jugamos mucho en ello.

  • Miguel Ángel Casermeiro es profesor titular de Edafología en la Universidad Complutense de Madrid y secretario de la Asociación Española de Evaluación de Impacto Ambiental
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