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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Nadia e Isa

Que Calviño, que pasaba por ser la cuota adulta de un Gobierno parvulito, se sume al coro de cheerleaders de Sánchez entierra toda esperanza de redención

Actualizada 05:10

Nadia Calviño nos ha sorprendido, tal vez desde la playa, con una intervención fantástica que sin duda compensa el desastroso paisaje circundante, con la peor inflación de la historia y el primer mes de julio con destrucción de empleo desde que cesó en sus funciones el carpintero del arca de Noé, entre otras calamidades.

Pero la vicepresidentísima económica ha tranquilizado al personal con un diagnóstico erudito que, acompañado por una rigurosa batería de propuestas, garantiza el bienestar, la prosperidad y la felicidad de todos:

«El futuro no está escrito; depende de nuestras decisiones y actos. Por eso estamos apoyando a clases medias y trabajadoras y modernizando la economía; para seguir progresando».

Es imposible que tras escuchar a Nadia, que es nombre eslavo y significa «la que trae esperanza», uno no se sienta reconfortado y se le pasen todas las preocupaciones, penalidades y desperfectos que sufra, especialmente tras conocerse que la inspiradora alocución de la vicepresidentísima repetía otra aún mejor y más extensa de otra gloria intelectual del Gobierno, la portavoz Isabel Rodríguez, vertida en un digital para celebrar el Día de la Juventud.

«Me niego a asumir la máxima de que esta generación no va a vivir mejor que sus progenitores», «Pertenezco a un Gobierno inconformista que está esperanzado en una generación que va a conseguir vivir más feliz de lo que lo hayan hecho nuestros padres», «La equidad, por tanto, debe seguir siendo un elemento clave en las políticas transversales dirigidas a la cohesión intergeneracional».

Son apenas tres gotas del avanzado pensamiento vanguardista de la portavoz, que fue la senadora más joven de España y conoce como nadie la realidad social, económica y laboral de los jóvenes gracias a esa trayectoria como cargo público desde la más tierna infancia y le faculta, sin duda, para aplicar como nadie «políticas transversales» y para conseguir la ansiada «cohesión intergeneracional», claves ambas cuando un muchacho intenta alquilar un apartamento o pide un crédito con su nómina y ser muy transversal, bastante cohesionado y tremendamente intergeneracional derriba toda barrera.

Hasta ahora sabíamos que, cuanto más jóvenes son los políticos del momento, menos libres se comportan: su profesionalización antes de perder los dientes de leche les convierte, como nunca en 40 años de democracia, en temerosos funcionarios del partido, cuya única misión es adorar al jefe para que su dedo magnánimo les garantice otra legislatura en el machito, hasta llegar a una edad en que ya es imposible retornar a un trabajo privado que nunca tuvieron y entonces se agudiza aún más la sumisión al patrón.

Que Isabel Rodríguez recurra al vacuo lenguaje pomposo, que es la manera de disfrazar las más siniestras intenciones según Huxley, no tiene nada de extraño: cobra por eso y su futuro personal depende de fabricar coartadas retóricas para esconder los fracasos de su pagador, otro producto de la clonación que no ha hecho otra cosa que vivir de la política.

Pero que Calviño, que pasaba por ser la cuota adulta de un Gobierno parvulito, se sume al coro de cheerleaders de Sánchez y corretee por la banda chillando «Dame la P, dame la E», entierra definitivamente toda esperanza de redención y de rectificación.

La orquesta del Titanic siguió tocando mientras el barco se hundía por el cúmulo de torpezas del mando, pero en ese drama se atisbaba una cierta elegancia musical. Aquí vemos a unos tíos huyendo en el único bote disponible mientras te dicen que, aunque no lo parezca, se está muy a gustito en el fondo del mar.

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