Operación Estoril
Si el compromiso y la palabra del Rey Juan Carlos a su hijo le comprometen a vivir «hasta que se considere oportuno» fuera de España, ¿porqué sí a Abu Dhabi y no a Estoril?
Nadie sabe de qué y cómo se habló durante la reunión que mantuvo en La Zarzuela el Rey Juan Carlos I con los Reyes y la Reina Sofía. Pero deduzco que la brevísima estancia del Rey exiliado caprichosamente por Sánchez en Abu Dhabi no alentó sus esperanzas de recuperar la normalidad. La normalidad, eso tan sencillo para un español que no tiene asuntos pendientes con la Justicia, de vivir en España, moverse libremente por España, y disfrutar los últimos años de su vida en España.
Me consta, que ante el acoso antimonárquico de Sánchez, que usó a la impresentable Carmen Calvo como embajadora de la villanía, en el Rey Juan Carlos primó la lealtad a su hijo, el Rey Felipe, y optó por fijar su residencia fuera de España. Y más que constarme, intuyo que el Rey Felipe no protestó en exceso por el tratamiento injusto que recibió y padeció su padre.
Ignoro si, en aquella reunión, celebrada horas antes del retorno del Rey Juan Carlos a Abu Dhabi, se acordó que la recuperación de su Patria por parte del Rey padre «no se contemplaba conveniente en aquellos momentos». Don Juan Carlos cumplirá en enero 85 años, y dejar las soluciones «para más adelante», se me antoja, además de injusto y jurídicamente inaceptable, una decisión muy imprudente. Y más aún, con la lejanía de Abu Dhabi de por medio.
Si se acordó que durante un tiempo, el Rey ayudaría a la estabilidad y a la Corona, permaneciendo fuera de España, habría que cambiar el lugar de su residencia mientras dure su anticonstitucional exilio.
El Rey nació exiliado en Roma. Vivió sus primeros años en Suiza, y pasó su infancia y primera juventud en Estoril, en Vila Papoila al principio y en Villa Giralda hasta que Don Juan y Franco acordaron en la reunión a bordo de «El Azor» a tres millas al norte de San Sebastián y a sus encuentros en «Las Cabezas» del Conde de Ruiseñada, que Don Juan Carlos y el Infante Don Alfonso estudiaran en España. Al principio en «Las Jarillas» de Alfonso de Urquijo y, posteriormente, con un grupo de compañeros, en el Palacio de Miramar de San Sebastián. Su preceptor en los estudios fue don José Garrido Casanova, y los exámenes orales tuvieron carácter público en el Instituto de San Isidro de Madrid. Posteriormente, el entonces Príncipe de Asturias ingresaría en las tres Academias Militares.
La General de Zaragoza, la Naval de Marín y la del Aire en San Javier. Sus padres, Reyes de derecho pero no de hecho, vivieron hasta 1976 en Estoril, a 200 kilómetros de la frontera de Portugal con España.
Y me pregunto. Si el compromiso y la palabra del Rey Juan Carlos a su hijo le comprometen a vivir «hasta que se considere oportuno» fuera de España, ¿porqué sí a Abu Dhabi y no a Estoril? A Don Juan Carlos aún le quedan grandes amigos de la infancia en Portugal. Y su soledad en el emirato del Golfo Pérsico se convertiría, por la cercanía, en una constante compañía de miles de españoles que acudirían a Estoril a visitarlo. En el fondo, esa acción de cercanía sería también un homenaje a sus Padres, Don Juan y Doña María y a sus hermanos, Pilar, Margarita y Alfonso, que falleció en aquel terrible accidente doméstico en Villa Giralda.
Si fueron decenas de miles los españoles que acompañaron a Don Juan y Doña María en Estoril, cuando el viaje por carretera exigía diez horas al volante, ¿cuántos españoles, monárquicos o no, pero sí agradecidos a su brillante reinado de Libertad, visitarían a Don Juan Carlos? Esa lejanía de Abu Dhabi multiplica por diez la tristeza del exilio, por voluntario y pactado que sea.
Si el Rey Juan Carlos cree que su ausencia beneficia al Rey, a la Corona y a la Constitución, es decir, a España, hay que respetar su decisión. Pero más cerca de su patria estaría mejor y mucho más acompañado. Volver a la juventud no siempre va en contra de la naturaleza.
Y sería bueno para todos proyectar y desarrollar la Operación Estoril. Lo mejor dentro de lo malo, el alivio ante la perversidad.