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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Los hombres sí lloran, Garzón

En nuestro mundo sin toxicidades ideológicas, señor Garzón, los hombres se abrazan en momentos de bajón, se ayudan, lloran, y no son estereotipos de nada

Actualizada 01:30

No, Garzón, no. Nadal y Federer no son gays –que en su derecho estarían–, ni van a contribuir a combatir estereotipos tóxicos de masculinidad, ni su tierna imagen de héroes derrotados por el tiempo ni la nostalgia es ningún símbolo poderoso de las obsesiones de la izquierda. El ministro que enchufó Pablo Iglesias y ocupa una cartera que no daría ni para una Dirección General ha intentado aprovechar la foto de los dos tenistas de la mano y llorando, lo que no es más que un puro sentimiento de amistad en la hora de la despedida de dos rivales ejemplares, para llenar de agua un pozo que está ya seco: el del totalitarismo de la izquierda.

Es difícil explicárselo a una mente como la suya, una mente tan sectaria que ve asesinos donde no hay más que toreros bordando el arte ancestral de la tauromaquia o que cuenta fascistas entre currelas de mono y herramienta que no le votan mientras organiza talleres sobre la metafísica del tofu o el enfoque de género de las barbies. No, Garzón, no. Lamento estropearle el estereotipo progre pero más allá de la religión laica del comunismo hay vida y no necesariamente homosexual ni plurinacional binaria ni vegana ni feminista. Extramuros de ese mundo pijoprogre en el que habita el ministro más vergonzante de nuestra historia, hay varones que se abrazan, se quieren, que no se formaron con una ley educativa como la que aprobó su Consejo de Ministros que regala sobresalientes a cambio de cero méritos, que no insultan a los que no participan de sus ideas, que son la antítesis de la cultura de la queja que ellos abonan, que han construido su leyenda sobre la autoexigencia y no sobre el nepotismo político.

Después de insultar al campeón manacorí durante años por no ser de su secta y por defender los colores de España, ahora lo quiere convertir en un nuevo Jorge Javier, en el último faro de la modernidad LGTBI, al que pronto Irene Montero tuneará sus fotos calzándole un tanga de leopardo a mayor gloria de la causa. Los que no estamos enfermos de dogmas y sectarismo hemos visto en las manos trenzadas del español y del suizo la nervadura que el tiempo deja por donde pasa, la pérdida de la patria de Rilke. En nuestro mundo sin toxicidades ideológicas, señor Garzón, los hombres se abrazan en momentos de bajón, se ayudan, lloran, y no son estereotipos de nada, ni depravados insensibles que pegan a las mujeres y que solo cuando son homosexuales son carne de sentimientos. Por si le ayuda para sus patologías, Wallace dijo de nuestro compatriota y del campeón helvético que con ellos se enfrentaban la virilidad apasionada del sur de Europa contra el arte intrincado y clínico del norte.

No habré conseguido que lo entienda Garzón. Lo sé de antemano. Como escribió Ortega y Gasset, todo esfuerzo inútil, conduce a la melancolía. Y a mí los Sánchez, Garzón y Montero me han hecho muy melancólica. Pero lo tenía que decir.

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