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Pecados capitalesMayte Alcaraz

El bueno, el feo y el malo

Tiene Ximo una capacidad camaleónica digna de premio Guiness: se envuelve en la bandera del nacionalismo el lunes, como tributo a sus socios de Compromís –el Podemos de la tierra–, y el martes se hace centralista

Actualizada 01:27

El novio de Tamara Falcó ha creado escuela. Se la pega a su novia con otra chica y defiende ante la suegra, cuando es pillado, que las imágenes de la infidelidad son de mucho antes de conocer a la engañada. Total, que un día dice que todos los que le acusan de mujeriego son unos mentirosos y al siguiente se apresura a reconocer que se quedaron cortos, que para trolero él. Ximo Puig, el inefable presidente de la Generalitat Valenciana, es nuestro Iñigo Onieva de la política. Lleva años insultando a los madrileños, acusándoles de competencia desleal con el resto de España por su bajada de impuestos, de vivir en un paraíso fiscal, apuntando incluso a que la comunidad de Ayuso lidera un procés a la madrileña, y de la noche a la mañana reconoce que el 28 de mayo está demasiado cerca y que ser desleal a Pedro Sánchez con la alternativa fiscal del PP es lo más rentable en las urnas. Así que propone ahora bajar el IRPF a los que cobren menos de 60.000 euros, desertando del barco antes de que se hunda.

En la producción de embustes sanchistas, convertida en serie televisiva, nada hay más certero que verse acercar la galerna de las elecciones autonómicas y municipales para que los marineros abandonen al capitán y se vayan con un señor gallego que ha terminado siendo el bueno de la película, porque él sí le baja los impuestos a esos pobres que hace meses que han cambiado en la lista de la compra las latas de atún en aceite por salchichas procesadas.

Puig ha repartido papeles y se ha quedado con el peor. Para él, la propuesta fiscal del PP de dejar el dinero en el bolsillo de las clases medias convierte a Feijóo en el bueno de la peli y a Sánchez, que ayer mandó a sus huestes a reconvenir suavemente al díscolo valenciano, es el malo por meter la mano en esos mismos bolsillos para alimentar su mastodóntica administración y llenar el depósito del Falcon. Solo le queda a Ximo bordarlo como el feo de la cinta, porque muy feo lo ha debido de ver para quedar como la Chata criticando un día a Ayuso y Moreno por independizarse del catecismo fiscal sanchista y horas después copiarles como el mal estudiante que es.

Ahora los ciudadanos valencianos ya saben quién es el bueno, el feo y el malo. De la tierra de Mercadona, un modelo que se estudia en Harvard, llega este político mediocre que tiene a media familia investigada por asuntos turbios, que ha tenido a su lado hasta hace poco a una vicepresidenta imputada por el encubrimiento de abusos sexuales a una menor y que todavía nos debe una explicación de lo que ocurrió en el tren de Bejís. Así es Joaquín Francisco Puig Ferrer, ejemplo claro de la desfachatez, demostrada cuando apoyó a Susana Díaz contra Pedro Sánchez para luego hacerse sanchista de hoz y coz. De aquella etapa, solo quedan él y Page, y ambos están abjurando ya del sanchismo para salvar sus poltronas.

Tiene Ximo una capacidad camaleónica digna de premio Guiness: se envuelve en la bandera del nacionalismo el lunes, como tributo a sus socios de Compromís –el Podemos de la tierra–, y el martes se hace centralista. Criminaliza a Rita Barberá por corrupción, sin una sola condena, y él tiene a los suyos incursos en una investigación por irregularidades en las subvenciones públicas. Ya saben, acomódense y vean El bueno, el feo y el malo. Esto no ha hecho más que empezar y es posible que algún otro barón en apuros se apunte a la peli. O incluso no descarten que el propio Gobierno de la nación se plantee deflactar el IRPF del IPC, después de haberlo estado tildando de fascista, injusto e insolidario. Sánchez y sus ganas de seguir veraneando en la Mareta tienen estas cosas.

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