La mariscadora
Lo que ha hecho Yolanda Díaz por Galicia carece de precedentes, rascando bajo la arena con el utensilio marisquero, consiguió extraer de la orilla cuatro berberechos
Juan Pérez Creus fue un gran poeta satírico, natural de La Carolina, Jaén, púlpito hacia el sur de Sierra Morena, muerte de Despeñaperros y primer paisaje de Andalucía, a pocas leguas de las Navas de Tolosa, lo cual tiene su aquel. En los tiempos de la libertad difícil, firmaba sus versos con dos seudónimos, Maése Pérez y Pájaro Pinto. Cuando al nieto mayor del Generalísimo le cambiaron el orden de sus apellidos, pasándose a llamar Franco Martínez-Bordiú en lugar de Martinez-Bordiú Franco, Maese Pérez escribió.
Que en sus mercedes no es manco,
En vez de un Francisco Franco
Nos encontramos con dos.
El uno del otro en pos,
Nos llegan por nuestro bien,
Pero ¡Dios nos libre, amén!
De que, doblada la hazaña,
Salvada por uno España
Nos salve el otro también.
Los versos fueron censurados, Péres Creus despedido, y finalmente recuperado cuando supieron los editores que al jefe del Estado le habían divertido mucho. Fue un gran epigramista. Al poeta canario, y también anticuario Néstor Alonso, de movimientos de manos y caderas excesivamente expresivos, le endilgó este epigrama.
Y lo segundo el trasero.
Como Alonso es maricón,
Lo segundo es lo primero.
Le ofrecieron un trabajo de corrector en Galicia, y ahí se enamoró locamente de una galleguiña. Hasta tal punto cimero, que en apenas tres meses hablaba con soltura con ella en gallego, y escribió para su amor un poemario en gallego que no le sirvió de nada, porque su amor lo guardó para otro hombre. As Derradeiras Pombas do Serán, las Últimas Palomas del Atardecer. Al final de su vida, como tantos poetas, malvivió en un bajo de Madrid. Una mañana subió por las escaleras hasta la azotea. Se cruzó con un vecino, y después de intercambiar los «buenos días» que la cortesía obliga, el vecino le preguntó. –¿ Dónde va, don Juan?–; –Subo a la azotea–; –¿Para qué sube a la azotea?–; – lógicamente, para suicidarme–. Y se suicidó. Aquel gran andaluz demostró por Galicia, a través de su pasión rendida, un amor insuperable.
Insuperable hasta anteayer. Y en este caso, con mérito menor. Porque el amor a Galicia de un gallego, en la presente ocasión, una gallega, tiene menos mérito que el de un andaluz que escribe un libro de poemas en gallego en homenaje a una mujer. Lo que ha hecho Yolanda Díaz por Galicia carece de precedentes. Unirse, con el apoyo de la infraestructura sindical, durante diez minutos a las mariscadoras que rebañan durante horas y horas los fondos marinos para pescar almejas y berberechos. Ellas, las mariscadoras, abrigadas para soportar el frío de la mar breve. Yolanda Díaz, con una camiseta, desnudos los brazos, pantalones vaqueros de marca y unas botas de agua, Unas, para ganarse la vida, y otra para hacerse la foto.
Al fin, rascando bajo la arena con el utensilio marisquero, Yolanda Díaz consiguió extraer de la orilla cuatro berberechos. ¡Qué gozo! ¡Qué alegría sindical! ¡Qué manera de ser parte de la gente! ¡Qué reportaje fotográfico! ¿Qué mujer, qué gallega, que vicepresidente del Gobierno de España! Conseguido el preciado botín bivalvo, se lo entregó a las mariscadoras generosamente, se quitó las botas, se acomodó en su Audi vicepresidencial, fue felicitado por su servicio de seguridad, y abandonó la zona marisquera con la satisfacción del deber cumplido. Su descomunal esfuerzo resumido durante diez minutos en una demostración de su amor por Galicia y el colectivo berbecheril.
Esta mujer no tiene precio. Merece una serie de televisión.