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El observadorFlorentino Portero

A la espera de China

Durante el próximo congreso los miembros del partido tendrán la oportunidad de valorar la obra política de Xi Jinping y de pronunciarse sobre la conveniencia o no de concederle un tercer mandato

Actualizada 01:30

Cada cinco años el Partido Comunista chino convoca su Congreso. Originalmente estaba prevista su celebración a mediados de noviembre. Sin embargo, la convocatoria del G-20 en la ciudad indonesia de Bali parece haber trastocado los planes originales. Con el conflicto ucraniano en su punto álgido el encuentro de los dignatarios internacionales más influyentes en ese enclave turístico se convierte en una cita crítica en la agenda internacional. Con buen criterio los líderes chinos han optado por adelantar su Congreso un mes. El 16 de octubre, si las informaciones son correctas, comenzarán los delegados a trabajar para establecer tanto el programa del partido como la composición de los órganos de dirección.

Mucho se ha hablado de la figura de Xi Jinping, de cómo ha pasado de ser un secretario general más a tratar de ponerse a la altura de Mao y de Deng Xiaoping, los grandes constructores de la China comunista, resultado tanto del hundimiento del Imperio chino como de la derrota del Kuomintang en la guerra civil. Tras años de ensayos de ingeniería social, con un coste humano impresionante, el partido optó por abandonar el marxismo, pero seguir siendo fieles al leninismo.

Como en el caso de Rusia, la China actual trata de recuperar su historia, tanto tiempo denostada, para reencontrarse con lo mejor de su tradición, resultado de la experiencia acumulada en el trascurso de los años. Confucio vuelve a ser una referencia, mientras un capitalismo salvaje, pero intervenido por el partido, genera riqueza, puestos de trabajo, clases medias… y sitúa al país a la cabeza de las grandes potencias. La economía marxista ha fracasado en todas partes, pero los dirigentes comunistas no están dispuestos a perder el control de la sociedad. Liberan energías creativas, pero se aseguran los medios para disponer de información y actuar si fuera necesario.

El Imperio chino despreció a Occidente y perdió la I y II revoluciones industriales. La guerra civil y las experiencias marxistas llevaron a la China Popular a quedar parcialmente fuera de la III. Ahora tienen muy claro que quieren ganar la IV, la Revolución Digital. Desean ser la primera potencia económica del planeta y, desde esa posición de privilegio, generar una red de influencias en todo el planeta. Tienen todo el derecho a intentarlo. Son la única potencia que tiene una estrategia consolidada y que ha puesto medios para desarrollarla. Sin embargo, las dificultades están a la vista.

China lleva años violando patentes y adquiriendo ilegalmente la investigación de otros. Su nueva ruta de la seda tiene unas serias implicaciones políticas –generación de dependencia por medio de créditos de difícil devolución–. La política demográfica le ha llevado a un grado de envejecimiento de difícil gestión, como lo es el proceso migratorio del campo a la ciudad. A estas dificultades que proceden del pasado se unen otras de origen más reciente y que se asocian a la figura de Xi Jinping.

Si bien el desarrollo económico y social chino ha provocado admiración en todo el planeta, el abandono de los principios establecidos por Deng Xiaoping para la gestión de la acción exterior ha llevado a una generalizada percepción de este gran país como una potencia nacionalista, militarista y expansionista, como un problema. China es tan oportunidad como problema para sus vecinos, que miran hacia Pekín con desconfianza. Este cambio de percepción es responsabilidad directa de Xi Jinping, como también lo es la deficiente gestión de la pandemia, los problemas económicos derivados, que se manifiestan tanto en la producción de bienes como en su distribución, así como la imprudente cobertura a Rusia en la cuestión ucraniana, que se ha llevado por delante la credibilidad china en lo referente a la defensa de la soberanía nacional, una de sus señas de identidad.

Xi Jinping aspira a un tercer mandato, violentando uno de los pilares de la reforma llevada a cabo en su día por Deng Xiaoping y sus seguidores. El historiador británico Acton nos enseñó que «el poder corrompe, pero el poder absoluto corrompe absolutamente». El Partido Comunista chino tiene un problema crónico de corrupción. El tope de dos mandatos trataba de evitar, en la medida de lo posible, este problema al tiempo que buscaba rejuvenecer las élites gobernantes. Durante el próximo congreso los miembros del partido tendrán la oportunidad de valorar la obra política de Xi Jinping y de pronunciarse sobre la conveniencia o no de concederle un tercer mandato. Decidan lo que decidan su impacto sobre el resto del planeta será grande.

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