La grosería y la tontería
Sus palabras no son peores que la música que escuchan, las películas que ven o las redes en las que se atrapan
No me siento inclinado a comentar sucesos y menos gamberradas groseras de jóvenes en proceso de alfabetización, eso sí integrantes de la generación mejor preparada de la historia de España y expertos en machismo y fascismo que, como es sabido, son la misma cosa. Supongo que este breve párrafo dejará claro que no es mi propósito justificar, aplaudir o vitorear a la juventud vociferante del Colegio Mayor madrileño adscrito a la Universidad Complutense. Pero la reacción, entre ridícula e histérica, que ha provocado me instan a violentar mi natural inclinación.
Insultar a un profesor está mal, muy mal, pero incinerar al insultante parece excesivo. A alguien le puede disgustar un libro, pero de ahí a quemarlo hay un largo trecho. Aquí es posible quemar la bandera, denigrar a España, insultar al Rey, aplaudir a terroristas, blasfemar, casi todo, menos herir la sensibilidad de género. Al parecer sólo el feminismo radical es serio e intocable y contiene las nuevas tablas de la ley. Es el gran tabú. ¿Delito de odio? ¿A quién odian estos chicos? ¿A las chicas? No parece. Por lo visto, llevan años practicando esta descarriada algarada, pero no ha habido, que yo sepa, ni un solo caso de agresión sexual a las alumnas del vecino Colegio femenino. Creo que hay mucho más de extraviada función jocandi causa que de odio a la feminidad. En cualquier caso, la expulsión del Colegio y, no digamos, de la Universidad me parecen un delirio.
Por lo demás, son hijos de su época y de muchos de sus educadores «progresistas». Sus palabras no son peores que la música que escuchan, las películas que ven o las redes en las que se atrapan. Más merecerían la expulsión de la Universidad por sus preferencias estéticas que por sus desahogos presuntamente machistas. La estrategia empleada es, por lo demás, nefasta. No ha habido más agresiones sexuales que bajo el imperio del feminismo y la ideología de género. Cuando la inteligencia se eclipsa, suele provocarse el efecto contrario al deseado. No sería extraño que el ejemplo cundiera. Menos mal que ha habido alguien, por ejemplo, Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, que ha puesto un poco de cordura en este aquelarre. «Lo que condeno es que la Fiscalía esté centrada ahora en esto y cuando pasan cosas gravísimas en la Universidad, en el ámbito universitario, en la convivencia, nunca se diga absolutamente nada. Ahora sí, pero no antes». No sería extraño que la cosa acabara en Estrasburgo. Y, sobre todo, menos mal que la porción más ilustrada de las estudiantes «agredidas», por fortuna muchas, ha declarado que no se han sentido ofendidas. Existen formas más elegantes de divertirse, pero a mí lo que me puede llegar a ofender es la tontería voluntaria y culpable. ¡Cómo se van a ofender! Alguna incluso se habrá muerto de risa. Tristes y serias son las víctimas de la ideología. Es la nueva versión del inmovilista, hosco e indignado, de Mingote. Llevan luto por su inteligencia.
José-Miguel Ullán nos legó, entre muchas cosas excelentes, esta memorable sentencia: «En España no cabe un tonto más». Se equivocó. Cabían más. La tontería es contagiosa y el tonto flexible y solidario. Siempre hay sitio para un tonto más. Hay más tontos que estrellas en el cielo y arena en el mar. Es imposible contarlos. Cuentas, y la nómina ya no vale, pues ha aparecido otro. En España siempre cabe un tonto más.
Una última precisión. No digo que sean tontos todos los que reprueban el hecho, sino sólo los que reaccionan desmedidamente y exigen la expulsión de los responsables que, por otra parte, son muchos, y callan o les parece muy bien cuando unos bárbaros impiden con violencia que alguien imparta una conferencia en la Universidad. Por lo demás, el tonto no suele serlo a tiempo completo y por naturaleza. Abunda mucho más el tonto intermitente y a tiempo parcial a quien cuando se trata de su obsesión se le nubla el entendimiento, pero luego suele volver a la normalidad.