Volver al 36
Quien hace lo imposible por abrir heridas, excavar trincheras y resucitar las dos Españas es el Gobierno, no un grupo musical que hace parodias y canta fatal
En España se puede insultar al Rey, quemar una bandera, homenajear a un etarra, silbar al himno, acosar a los Cuerpos de Seguridad, rapear consignas terroristas, defecarse en la Constitución, calificar el 12 de octubre de genocidio y toda esa variada gama de abusos, improperios y ataques que la zurda más casposa incluye en el hondo saco de la «libertad de expresión» sin que pase nada.
Pero si a un grupo llamado Los Meconios, que canta como aúlla un perro atropellado, se le ocurre hacer una parodia en un mitin de Vox ya se activa la Policía del Pensamiento para, con un contorsionismo digno del gran Houdini, intentar instruir el invento como un delito de odio sustentado en la proclama ficticia de que, bajos esos alaridos más compatibles con un problema intestinal que con eso llamado música, se lanza una proclama golpista en favor de la España de 1936.
De no ser porque la Fiscalía ya ha demostrado en no pocas ocasiones cuánta razón tenía Sánchez al presumir de su ascendencia, movería a hilaridad el fatuo montaje para transformar una crítica al guerracivilismo vigente en el Gobierno en una soflama guerracivilista, tal y como cualquiera con dos dedos de frente, dos gramos de decencia y dos orejas puede comprobar por sus propios medios escuchando la burla en cuestión.
Que uno de los componentes del trío sea gay añade un punto impagable de burla a quienes además de golpistas les han llamado homófobos por meterse con las élites subvencionadas del movimiento LGTBI o machistas por hacer lo propio contra la evidente industria del feminismo vertical.
Hay que acabar con la idea de que la única manera de no ser homófobo y de respetar la igualdad es reírle las gracias, las leyes, las peroratas y los delirios a los paniaguados funcionarios del movimiento, atrapados en la contradicción de que necesitan prolongar y desquiciar aquello contra lo que dicen luchar para seguir viviendo del cuento.
La anécdota no daría de más, aunque lo dará en infumables maratones televisivos para relevar al ya agotado espectáculo del Colegio Mayor y en incesantes tertulias de tipos que sufren mucho más que todos por la humanidad y ello les confiere una autoridad moral inalcanzable para el resto, de no ser porque la acusación franquista obliga a viajar en el tiempo un poco para comprobar quién y cómo quiere de verdad volver a aquella terrible época.
A un lado tenemos a Los Meconios, cuyo principal mérito ha sido convertir a Abascal en telonero de su actuación, cantando literalmente esto: «Somos la resistencia, somos fachas, los podemitas son la democracia. Si votas al PP eres franquista y si te gusta Bildu, pacifista. Qué fascista es Santiago Abascal, y Otegi es un hombre de paz. Vamos a volver al 36».
Se llama ironía y es un género utilizado desde los tiempos de El Sofista de Platón para meterse en líos con Sócrates, y de momento no está perseguida por el Código Penal, ni en la interpretación más laxa de ese tipo de jueces con el carné en la boca, tan habituales en los pleitos civiles cuando hay que salir al rescate de uno de los suyos.
Pero al otro lado tenemos algo más que a unos cantantes, por llamarlos de alguna manera: tenemos una Ley de Memoria Democrática que extiende el franquismo hasta los tiempos de Felipe González; entrega a Bildu la redacción de los artículos relativos al terrorismo y básicamente desprecia la historia para obviar que el Alzamiento fue una réplica horrorosa a la revolución, también horrible, antes que a la República y que a ésta la amenazaban de muerte los mismos que ahora a la Monarquía Parlamentaria: los populistas y los separatistas, como amargamente denunció desde el exilio francés el presidente Azaña.
Y también tenemos a un presidente que desentierra cadáveres ilustres, excava trincheras eternas y activa alertas antifascistas para resucitar una España olvidada de bandos, ya reconciliados con la Transición, con la excusa de recuperar muertos de las cunetas que siguen allí olvidados.
Como con los gais y las mujeres, ya está bien de aceptar que la única manera de cerrar del todo las heridas sea reabrirlas como nunca: nadie hace menos por las víctimas, merecedoras siempre y sin excepción de restitución y reconocimiento, que quienes las explotan con un perverso fin político y buscan en el presente a sus verdugos del pasado.
Si alguien quiere volver al 36 es, en fin, la irresponsable amalgama de iletrados e insensibles que nos gobiernan, capaces de enmendar el legado pacífico de nuestros padres y abuelos para tener una oportunidad de mantener el poder, desde la movilización que estiman pueden lograr con ruptura y frentismo, mancillando la delicada mercancía que siempre es el consenso tras el fratricidio.
El problema no son Los Meconios ni está en un mitin de Vox, sino en todos esos negligentes, armados con el BOE, que están empeñados en jugar como sea el partido de vuelta de la Guerra Civil.