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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Las bromitas de papá Iglesias

Lo que sorprende es que que el hijo del activista se haga inexplicablemente el estrecho y pida las sales, el mismo que presume de ser amigo de Otegi y defiende que los asesinos sanguinarios de ETA salgan cuanto antes de la cárcel para tomar chiquitos sobre la tumba de mil inocentes

Actualizada 01:30

Francisco Javier Iglesias Peláez, padre de Pablo Iglesias Turrión, debería haber sido empapelado solo por el delito de lesa humanidad de habernos legado a la semilla del mal, su único hijo Pablo, y, además, por haberle colocado el nombre del fundador del PSOE, condición que le predestinó a empeñarse en fundar algo, que finalmente no ha sido más que la connivencia con dictaduras, el cainismo y el odio entre españoles. El padre de la criatura, que alimentó el tierno fanatismo del niño con sus batallitas de corredor delante de los grises, a lo más que llegó con su épica de luchador obrero fue a ver morir a Franco en la cama. Antes, alardeó de haber militado en el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), una banda terrorista de ultraizquierda que había nacido del Partido Comunista de España marxista-leninista, escindido de la formación de Carrillo, cuando se hizo eurocomunista. El FRAP asesinó a cinco personas durante los estertores del franquismo y el hijo fanfarrón del militante Iglesias Peláez se vanaglorió durante años de que papá era un «frapero», autoinculpación que le sirvió a Cayetana Álvarez de Toledo para espetárselo en una sesión parlamentaria y luego ratificarlo en una entrevista periodística.

Papá Iglesias y su hijo se hicieron los ofendiditos y denunciaron a Cayetana por decir lo que antes ellos habían cacareado: que cuando Francisco Javier tenía 19 años repartió propaganda ilegal días antes del 1 de mayo de 1973 como militante del FRAP. Precisamente un día en el que se llamó a los manifestantes a que fueran con barras de hierro y navajas y la heroicidad se saldó con la muerte de un policía. Lo que sorprende es que que el hijo del activista se haga inexplicablemente el estrecho y pida las sales, el mismo que presume de ser amigo de Otegi y defiende que los asesinos sanguinarios de ETA salgan cuanto antes de la cárcel para tomar chiquitos sobre la tumba de mil inocentes. Si se simpatiza con la internacional terrorista ha de irse hasta el final, y no poner cara de cordero degollado cuando una diputada a la que tú llamas marquesa, como si fuera un insulto y pertenecer a una banda terrorista una medalla de honor, te saca el árbol genealógico del que tú te has jactado.

El procedimiento judicial parece que terminará con el archivo de la demanda por derecho al honor, porque ya ni la obediente Fiscalía le ha dado carta de naturaleza, sobre todo tras escuchar al padre podemita decir que lo de ufanarse de pertenecer a una banda de criminales, era «una broma familiar». Hay familias y familias. La mía presume de preparar los mejores cocidos de Madrid, pero hay que respetar todos los mitos emocionales. Hasta su nuera, Irene Montero, defendió al papá político, porque gente como él «se jugaron la vida por la democracia». Y para mantener esos estándares de libertad, cuyos principales exponentes son Venezuela, Cuba e Irán, están ella y su pareja que combaten a la derecha desde la piscina de Galapagar y mandando a desenterrar huesos. Pero es que los tiempos han cambiado mucho desde que el viejo Iglesias repartía octavillas.

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