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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Susto de gorrión

Es peligroso convertirse simultáneamente en remitente y remitido, porque se nubla la realidad. Iglesias lo pasó fatal cuando recibió la bala, y a mí me sucedió algo parecido

Actualizada 01:25

Siete días llevo sin abrir el correo. Me da un susto tremendo. También lo pasé fatal con las balas. Aquello fue demasiado. Hice lo mismo que Pablo Iglesias, si bien desde la legalidad. Iglesias consiguió ilegalmente una bala para enviársela, precisamente, a Pablo Iglesias. He sabido que no tiene licencia de armas, y en España, sin licencia de armas no se pueden comprar balas. Yo necesitaba de un golpe publicitario por aquellos días, y me presenté en una armería, mostré mi licencia y adquirí una caja de balas. Escogí la de punta más aguda, y me la mandé. Qué miedo cuando la recibí. El mismo miedo que ha experimentado durante una semana Pedro Sánchez con la carta explosiva. «No abran esa carta porque puede encerrar alguna mala sorpresa», les advirtió Sánchez a sus asesores de paquetes sospechosos. Y todos obedecieron hasta ayer, porque la apertura de la misiva traidora tenía que coincidir con el pleno en el Congreso para eliminar el delito de sedición. El que escribe, a los 18 años, más feo que un de Celis, necesitaba que una mujer se enamorara locamente de mí. Y me escribí una carta de amor. «Querido Alfonso, amor mío: cada vez que te veo por la calle de Velázquez, siento que todo el cuerpo me tiembla de pasión. No me atrevo a acercarme a ti y declararte mis sentimientos porque mis padres no perdonarían mi proceder, y como soy de familia tradicional, mis padres son dos, un padre y una madre, y tú no les inspiras confianza. Pero te quiero con toda mi alma, y espero que pronto, muy pronto, el impulso del deseo me lleve hasta tus brazos. Me gustas tanto que me comería hasta tus orejas. Te amo». Y firmé con el nombre de Georgina.

Días más tarde recibí la carta de Georgina y me hizo mucha ilusión. Se me había olvidado que me la había escrito a mí mismo. Pasan esas cosas. Que uno se intenta mentir y se miente. Georgina, como es de suponer, jamás apareció, pero yo experimenté una hinchazón de autoestima, un globo de autoadmiración y, gracias a esa seguridad, en un guateque, mientras bailaba con una bellísima mujer «You are my flower» de Paul Anka, ella me susurró al oído: «Me gustas más que comer con los dedos». Es peligroso convertirse simultáneamente en remitente y remitido, porque se nubla la realidad. Iglesias lo pasó fatal cuando recibió la bala, y a mí me sucedió algo parecido. Como Sánchez, que intuyó lo del sobre, y gracias a sus asesores lo ordenó abrir después de siete días, mientras él y Begoña aguardaban la terrible explosión debajo de una mesa en el sector opuesto del Palacio de la Moncloa. La vida es así de caprichosa.

Para mí, y no acuso, pero me permito abrir las puertas de la intuición, que el remitente de la carta candelada con una cerilla caducada de la Fosforera Española S.A, ha sido Bolaños. Sucede que Bolaños es un hombre precipitado y se la envió a Sánchez por correo urgente con ocho días de antelación. De ahí la tardanza en su apertura. Los asesores reclamaron la presencia de expertos dinamiteros, éstos procedieron con rapidez, se abrió la carta y más que una explosión se produjo un cuesco «fiusss» que no fue gran cosa. Lo de la bala de Iglesias significó mucho más. Recibir una bala amenazante es –lo afirmo por propia experiencia– terrorífico, si bien el terror mengua a pasos agigantados cuando el aterrorizado recuerda que la bala proviene de uno mismo.

No obstante, mi solidaridad plena y mi deseo de pronta recuperación anímica del gorrión que se hallaba en el árbol más cercano al lugar de la explosión. «Fiusss», y el pobre gorrión con un ataque de susto que aún le dura. A ver si los de Pacma denuncian a Bolaños.

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