El gremlin del mechón blanco y Luis Enrique
Tienen algo en común: el nivel de chulería ha resultado inversamente proporcional a los éxitos que han rubricado a la hora de la verdad
A veces nuestras cabezas divagan e incurren en extrañas asociaciones. Mientras seguía los actos de la Constitución, que se celebraron frente a los leones del Congreso, me vino a la cabeza una vieja comedieta de terror de los felices años ochenta. Sucedió al ver a Mi Persona bajo la luz incierta de una mañana madrileña neblinosa, que curiosamente realzaba las canas que han empezado a matizar su cabellera. Reparé en que al eventual presidente del Gobierno y líder de la Internacional Socialista le ha brotado un penacho blanco en el flequillo. Y fue entonces cuando me acordé de los los gremlins y su alborotador líder, Stripe.
Los Gremlins, producida por Spielberg, fue una comedia navideña que reventó la taquilla en 1984. Todos la hemos visto alguna vez. Una familia de una deprimida ciudad estadounidense compra en un anticuario chino una encantadora criatura, un mogwai, que es como un pequeño y tierno peluche. Pero cuando se lo llevan a casa, el bichito se reproduce y acaba dando lugar a una camada de demonios, liderados por un jefe increíblemente destructivo, Stripe (reconocible por su distintivo penacho blanco en la cabeza). Los gremlins, que parecían dulces y buenos, acaban destrozando toda la ciudad.
La historia política de España desde junio de 2018 hasta hoy tiene un guion similar al de Los Gremlins. Cuando llegaron nos prometieron un «Gobierno bonito» y una etapa de regeneración democrática. Pero hemos acabado en una pesadilla institucional, liderada por el líder del mechón blanco, que está ya fuera de control y se cree intocable y ajeno a las convenciones que venían oxigenando nuestra democracia.
Hay que tener mucho cuajo para acudir a honrar la Constitución del 78 cuando estás embarcado en un proyecto para desguazarla por la puerta de atrás, asaltando el TC para abrir una vía hacia las consultas separatistas que te exigen tus socios. Hay que tener una efigie de hormigón armado para ponerse a impartir lecciones de constitucionalismo a las puertas del Congreso al tiempo que anuncias allí mismo que te vas a cargar el delito de malversación, pero solo para los casos que salpican a tus aliados golpistas. Pero Sánchez ni siente ni padece. Cree que el país está perfectamente sedado por las televisiones que reman a su favor y que se puede permitir ya lo que le plazca. Al fin y al cabo, aprobó los indultos y se ha cepillado la sedición al dictado de los sediciosos y aquí no ha pasado nada.
La situación resulta desasosegante para millones de españoles, que creen que peligran el estado de derecho y la propia unidad nacional. Los gremlins están destrozando la casa de todos, pero nada se puede hacer para frenarlos hasta que se abran las urnas el año que viene. El problema es que para entonces esta izquierda antisistema puede haber provocado ya daños estructurales en un armazón legal y jurídico que había sido diseñado para hacer posible un país de españoles libres e iguales.
(PD: De Luis Enrique hablamos otro día. Como aperitivo acaso cabría invocar una sabia cita de Forrest Gump: «Tonto es el que hace tonterías». Este tipo, parlanchín, arrogante y exhibicionista, creía que ganaba los partidos el que más pases daba. Penoso caer eliminados por Marruecos, con diez millones menos de habitantes que España y sin ninguna tradición futbolística notable).
(PD 2: Reproduzco por su interés el guasap que me mandó un gran amigo tras consumarse la eliminación: «Luis Enrique, como Sánchez, mucha chulería y España en el foso»).