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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Se acaban los diques

El tal Sicilia, que fracasó como portavoz de Ferraz, sigue haciendo méritos para no ser despedido y se presta a lo que sea por sobrevivir

Actualizada 01:20

Si creyéramos a Felipe Jesús Sicilia Alférez, un grupo de togados fachas del Tribunal Constitucional, cogerían hoy un taxi desde el número 6 de la madrileña calle Doménico Scarlatti hasta la carrera de San Jerónimo y entrarían en el Congreso para pegar media docena de tiros fascistas y secuestrar la soberanía nacional, alentados por los empresarios y por los medios de comunicación que no se pliegan a los designios del Sumo Líder. No sé qué papel se reservaría en esa distopía este policía jienense en comisión de servicios como diputado socialista, si el de Adolfo Suárez, el de Gutiérrez Mellado o el de la bancada de izquierdas que se escondió debajo de los escaños cuando llegó Tejero. Me temo lo peor.

Además de mentir, tomar por tontos a los que se sentaban en el hemiciclo y a los que les han votado y no tener pajolera idea de historia, este ilustre corista del orfeón sanchista, demostró una cosa inquietante: cómo la necesidad de chupar del presupuesto público, cuyo grifo controla el presidente del Gobierno, está produciendo monstruos, auténticos monstruos populistas que deambulan por el Congreso como zombis, capaces de retorcer la palabra, los argumentos, el relato y hasta nuestra última historia política por insuflarle vida al cadáver político que los ha colocado en los escaños. El tal Sicilia, que fracasó como portavoz de Ferraz, sigue haciendo méritos para no ser despedido y se presta a lo que sea por sobrevivir siguiendo el magisterio de los Patxi y los Simancas. Tres menudencias políticas con ínfulas, reverdecidas en el lodazal parlamentario actual.

El autor de la barbaridad de Tejero lo sabe, aunque la nómina parlamentaria le obligue a actuar sin escrúpulos. Pero conviene recordarle que a los altos magistrados del TC la pulsión autoritaria de su jefe les obligará hoy a defender su independencia y decidir sobre el perverso plan de Moncloa de malbaratar la elección de los jueces que sentenciarán sobre los bodrios legales con los que ha cambiado nuestro entramado jurídico. Para nuestra desgracia, ellos son el penúltimo dique (el Rey al que el Gobierno ningunea es el último, descartada la complaciente UE) para evitar que se vuelen todas las reglas del juego democrático y nos convirtamos en una Estado plebiscitario, donde las mayorías populares actúen sin ningún tipo de control judicial ni institucional, al estilo de lo que defienden para Cataluña los amigos de Pedro Sánchez o ponen en práctica en la Iberoamérica autoritaria los Ortega, Maduro y Kirschner.

Como Junqueras, Sicilia también acusa de golpismo a los tribunales y sigue a rajatabla la narrativa populista de que frente a las bases sociales no cabe contrapoder alguno. En resumen, se trata de la única manera de preparar el camino a la perpetuación del régimen sanchista. Y en caso de que se produzca la derrota, la sociedad viva en un clima de convulsión y enfrentamiento social que deslegitime cualquier eventual triunfo de la derecha y haga inviable la alternancia.

De eso va lo que se dirime hoy en el Constitucional.

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