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El astrolabioBieito Rubido

La humanidad de Pelé

Edson Arantes do Nascimento no solo fue un extraordinario jugador dentro del campo, sino también una bellísima persona fuera de él

Actualizada 22:18

El fútbol siempre nos da una oportunidad para escaparnos del lodazal de la prosaica política actual. Bien que siento tener que escribir semejante afirmación. Pero los tiempos son recios y tristes en nuestra afligida patria, por eso me agarro como a un clavo ardiendo a la noticia que saltaba a última hora de la tarde del jueves, el fallecimiento de Pelé, para mí, el mejor jugador de la historia, se pongan como se pongan los «fanáticos» de Messi.

Edson Arantes do Nascimento, más conocido como Pelé, no solo fue un extraordinario jugador dentro del campo, sino también una bellísima persona fuera de él. Algo que no pueden decir muchas de las rutilantes figuras del firmamento futbolístico actual, engreídos y soberbios como pocos. El hecho que les voy a relatar me lo narró mi gran amigo Arsenio Iglesias, gran contador de historias, algunas de las cuales terminaron adjudicándoselas a él mismo. Lamentablemente, Arsenio, que cumplió el día de Nochebuena 92 años, viaja ahora por los senderos del olvido, él que tanto recordaba y a quien no se le olvidaba nada.

La historia cuenta que el coruñés José María Martín, conocido como Cheché Martín –un excepcional futbolista, y más tarde entrenador y pintor, que había comenzado a jugar en un equipo venezolano–, desarrolló en la España de los cuarenta y cincuenta su carrera profesional en el Barcelona, Atlético de Madrid y Valencia. Ya en el declive de su carrera futbolística, allá en el verano de 1958, tuvo la oportunidad de fichar por el club mexicano Monarcas de Morelia, hoy desaparecido. Era su última oportunidad de ganar un poco de dinero en una profesión que entonces no estaba tan bien pagada como hoy. A Cheché Martín le iban a hacer una prueba en un partido amistoso que el club de Morelia iba a disputar en la capital federal mexicana frente al Santos del ya entonces afamado Pelé, a pesar de contar con tan solo 18 años.

Cheché Martín, hombre ingenioso y brillante donde los haya, contaba entonces con 34 años, y decidió acercarse al hotel donde se encontraba concentrado el equipo brasileño que tenía en Pelé su gran figura. Logró hablar con el joven futbolista, de apenas 18 años, y le explicó su situación: «Mira, yo toda mi vida jugué al fútbol, pero apenas sí gané dinero y esta es mi última oportunidad. Mañana tengo que marcarte a ti y no quiero darte patadas, quería que me ayudases y que no jugases un gran partido». Dicho y hecho, Pelé apenas disputaba balón alguno cuando Cheché estaba cerca. El partido iba consumiendo sus minutos reglamentarios y Martín había cumplido sobradamente su labor de marcador de la figura carioca. Ya en la segunda parte, un compañero del astro brasileño le da una asistencia que le deja un balón franco y limpio para jugar, Pelé ni corre a por él, el otro jugador del Santos no comprende la actitud de la joven estrella y le recrimina su apatía: «Pelé, corre, c…» y el joven futbolista, el que más tarde sería considerado el mejor jugador de todos los tiempos, miró a su compañero y le dijo, señalando a Cheché Martín: «O señor é meu amigo». Ya estarán los dos juntos en el cielo.

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