El ejemplo
Soy uno más de los millones de españoles que se disgustaron con él y uno más de los millones de españoles que lo queremos en España de vuelta y para siempre
Tengo conciencia de la peligrosidad de mi columna de hoy. Nada más adverso a los intereses de la Corona – que son los de España– que el entusiasmo monárquico. Emilio Romero, el que fuera magnífico director del diario vespertino Pueblo, gran cínico viperino, calificó a los escritores monárquicos de ABC –José María Pemán, Luis María Ansón, Julián Cortes-Cavanillas y Torcuato Luca de Tena– de «pornomonárquicos». Él era un «pornosindicalista» vertical del Movimiento al servicio de José Solís, pero manejó como nadie el guiñol político de aquellos tiempos. Sus artículos iban ilustrados con un gallo, y los de Jaime Campmany en el Arriba, fundamentalmente falangista, con una pajarita de papel. El Gallo se enfrentó a la Pajarita, y ganó la contienda impresa la segunda. Emilio Romero era un gran conocedor de la poesía satírica y política, pero no dominaba ni la rima ni la métrica. Jaime Campmany sí, y su soneto a Romero resultó demoledor. Guerra de sonetos. De Romero a Campmany.
Todo lo que antecede en un minuto,
Puedes estar seguro que no vales
Ni para hacer la O con un canuto.
Seguro que no estás en tus cabales
Queriendo hacer la mezcla en tu macuto
Con el póker, el whisky, editoriales,
Camisa azul y algún puñal de Bruto.
Antes has de pensar que herir en vano
Con el verso y el arte escatológicos,
Mirarte a tus fracasos antológicos.
Nadie te va a creer que, con buen fin,
Escribas con el alma en cada mano
Sirviendo a España, al Cielo y a Botín.
La respuesta de Jaime Campmany, de la Pajarita, bastante mejor.
Dime, Emilio Romero, por tu vida,
Cuál será hogaño el sol que más caliente,
Cuál el ministro más longuipotente,
Cuál el árbol de sombra más tupida.
Dime cómo conjugas a medida
El pasado, el futuro y el presente;
Cómo llevar al que entra la corriente,
Cómo espolonearle a la salida.
Conservador tenaz, progre fecundo,
Anteayer liberal, hoy socialista,
Mañana, reaccionario en un momento.
Emilio, cuando dejes este mundo,
No habrá perdido España un periodista,
¡España habrá perdido un Parlamento!
Pero coincidieron en su antimonarquismo enfermizo, que en el caso de Jaime Campmany se suavizó y en el de Emilio Romero le llevó a postrarse ante el Rey Juan Carlos con una petición sorprendente: «¡Majestad, nómbreme Senador Real!».
Me propongo escribir de un asunto y me enrollo como la ensaimada que luce en su occipucio Iñaqui Anasagasti. Mi intención era escribir del ejemplar dibujo estético de los Reyes Juan Carlos I y Sofía en el entierro del Rey Constantino de Grecia. La elegancia y el dominio de la Reina –lógicos, por cuanto es hija de Rey, esposa de Rey y madre de Rey–, y el esfuerzo y la dignidad de Don Juan Carlos I. Se da por hecho consumado que el Rey Felipe VI estuvo, como siempre, en su sitio, en su medida y, públicamente, en su distancia.
Los viejos Reyes llegaron con sus hijas y sus nietos. La Reina se situó al lado del Rey. Don Juan Carlos se movía del brazo de unos de sus soldados de la Guardia Real. Esfuerzo supremo para andar. La Reina se movió al paso de su marido, mientras le atronaban los gritos de bienvenida de miles de griegos. Y el Rey le hizo un comentario que provocó una expresiva risa en la Reina. Don Juan Carlos, en su situación física, podría haber optado por no acudir a Tatoi, y superar el camino que lleva al cementerio.
Pero no renunció. Lo hizo. Anduvo con la misma dificultad, si bien los Reyes se llevaron a la Reina Sofía y dejaron en segundo plano al Rey Juan Carlos. La imagen es un portento de oportunidad y tragedia. Y el Rey Juan Carlos, con un par de dídimos, aguantó todo el ceremonial comiéndose el dolor de su pierna y otros dolores que ya tendrían que haber sido superados y perdonados. Como la Reina Sofía demostró.
El ceremonial ortodoxo es bellísimo, pero sin final. El traslado a Tatoi. El camino de ida y vuelta. Rechazó una silla. Me entusiasmó el cariño y respeto de la Reina Sofía hacia su persona, y el coraje físico del viejo Rey. Y soy uno más de los millones de españoles que se disgustaron con él y uno más de los millones de españoles que lo queremos en España de vuelta y para siempre.
Un Rey aparentemente cojo y debilitado, con 85 años, cumpliendo con su deber, su dolor y su esfuerzo. Si mi texto les ha parecido «pornomonárquico», lo siento de veras. Punto final.