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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Tonto inane

Para tontos trabajadores ya tenemos bastantes en el Gobierno. Garzón es un alivio, un soplo de aire fresco y serrano, un chollo para una nación. Que no se mueva. Quietecito

Actualizada 01:30

Nada más peligroso que un tonto trabajador y activo. En mi primer trabajo, la inmobiliaria Garona, de Juan Garrigues Walker, formaba parte de la plantilla un tonto tenaz, perseverante y codicioso. Juan, que era una gran persona, un hombre bueno y generoso además de inteligente, le aceptó en la empresa por súplica de un amigo íntimo. El tonto era el primero en llegar y el último en salir. Trabajaba a destajo, pero no servía para nada. Y Juan le encomendaba estudios y análisis de asuntos que poco tenían que ver con la empresa. «Hágame un informe por escrito de la situación inmobiliaria de la República de San Marino». Y lo hacía. Otra cosa es el tonto vago, indolente y fresco. Juan March Ordinas, el fundador de la dinastía financiera mallorquina, llamó al entonces presidente del Banco Central, Ignacio Villalonga. «Ignacio, te agradecería que le dieras un trabajo en el banco al hijo de un viejo amigo mío, que además, es mi ahijado». Y el ahijado de March ingresó en el Central en el Departamento Extranjero. No hacía nada. Llegaba tarde y se ausentaba cuando le apetecía.

Villalonga se puso en contacto con March. «Juan, tu ahijado es un desastre, y siento decírtelo, pero no voy a tener más remedio que despedirlo. No hace ni vale para nada». «No te preocupes, Ignacio, ya has hecho demasiado por él. Me consta que no vale para nada. De haber tenido un futuro brillante, en lugar de encajártelo a ti en el Banco Central, lo tendría trabajando en la Banca March».

En el aborrecible pacto del Berenjenas y Stalincito, el segundo exigió al primero una cartera ministerial para el comunista Alberto Garzón, además de la creación del Ministerio de Igualdad para su entonces compañera de hecho y lecho, Irene Montero. Y Berenjenas elevó a rango ministerial el Consumo, que era una dirección general dependiente del Ministerio de Agricultura y Pesca. Y Garzón tuvo su ministerio. Por fortuna es un vago redomado. Su labor se ha reducido a enfrentarse a los ganaderos, convocar una huelga de juguetes y se acabó. Lleva diez meses sin aportar ni una sola iniciativa, o proyecto, o propuesta en el Consejo de Ministros. Acaba de nacer su tercer hijo, y según parece, el embarazo y el parto los ha experimentado él. Tiene un hermano también fallido y malogrado de mente, acuñador de grandes teorías socioeconómicas. «Si hace falta más dinero, se fabrica más dinero y el problema se soluciona», o algo parecido.

Parece raro que el ministro de Consumo no haya adoptado medida alguna para abaratar –por ejemplo–, la cesta de la compra, cuyo precio se ha disparado. Pero al mismo tiempo se me antoja estupendo que no haya adoptado medida alguna para impedir el aumento brutal del precio de los productos básicos. De haberlo intentado, los alimentos habrían experimentado una subida de precios mucho más acusada. Dicen que en su despacho de ministro, todos los días, le depositan unos cuantos folios en blanco y un plumier con lápices de colores, reglas, cartabones, y triángulos, y que se lo pasa como un enano pintarrajeando dibujos y geometría escolar. No importa. Si hay que comprar más plumieres, se compran. Todo menos que trabaje. «Un delincuente no puede ser de izquierdas», es el resultado de su pensamiento y reflexión más logrado en los últimos veinte años.

Lógicamente, habrá solicitado el permiso de maternidad para criar sin contingencias o eventualidades adversas al bebé recién nacido. Por mi parte, que lo críe hasta que le salgan pelitos en las piernas. Lo que perciba como ministro está bien percibido siempre que no pegue con un palo al agua. Su mejor gestión es su falta de gestión. Un sandio inactivo con rango de ministro es infinitamente más benéfico para la sociedad que un lerdo estajanovista. Para tontos trabajadores ya tenemos bastantes en el Gobierno. Garzón es un alivio, un soplo de aire fresco y serrano, un chollo para una nación. Que no se mueva. Quietecito.

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