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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

La comunista que va de divina

Somos el único país occidental que soporta a una vicepresidenta que pone a parir a los bancos de su país cuando tienen éxito

Actualizada 10:58

Las fatigosas ministras de la facción comunista-pop de nuestro Gobierno no quieren entenderlo. Pero lo sabe hasta un escolar: los bancos son la savia que vivifica la planta de la economía y la mantiene viva. Si las instituciones financieras se constipan, como ocurrió en 2008, lo siguiente es una pulmonía económica de caballo. Cuando los bancos dejan de ganar dinero y se convierten en sepulcros blanqueados, como sucedió con las cajas de ahorros españolas, lo siguiente es una operación de rescate de emergencia, como la de 2012, que costó la friolera de 58.000 millones. La alternativa, dejar que la banca se vaya al garete, equivale a ruina, caos y pobreza a mansalva.

No sé cómo funcionarán las cosas en el paradisíaco mundo del bolivarismo, el koljos colectivista, «lo público» y la economía planificada a la soviética. Pero en una economía abierta de mercado los bancos no son pérfidas sanguijuelas dedicadas a sangrar al contribuyente, sino que financian negocios, otorgan los créditos que nos permiten acceder a bienes que están fuera del alcance de nuestros ahorros y aportan seguridad sistémica. Además, tienen accionistas, «la gente», millones de particulares que si los bancos no dan beneficios ven dañadas sus inversiones y lesionado un patrimonio que les ha costado mucho ganar.

Me abochorna vivir en el único país de Occidente donde hay que sufrir a una vicepresidenta que critica los beneficios de la banca y las empresas. Nos hemos acostumbrado a todo, ya lo sé. Pero es intragable que una vicepresidenta comunista que va de divina, que se pretende superempática y superlista, que vive en una obsesiva pasarela de moda, con un atavío diferente cada mañana, se dedique a poner a parir a los bancos de su país porque están teniendo éxito tras unos años difíciles. En lugar de aplaudir que el Santander y el BBVA hayan logrado un récord de beneficios, lo cual supone una excelente noticia para sus empleados, sus accionistas y para la imagen de España a la hora atraer capital, Díaz propone acogotarlos con un intervencionismo de aliento comunista (el carnet que conserva, aunque en la práctica la fascinen los oropeles mundanos que ha descubierto en la capital). Imagino que como los bancos le dan alergia guardará la buena pasta que gana entre el somier y colchón.

Yolanda, una abogada laboralista de Ferrol, hija de un líder sindical de poltrona permanente, tenía mal cartel en Galicia. Era un personaje muy menor. Las dos veces que se presentó a candidata a la presidencia de la Xunta obtuvo un resultado que se califica solo: cero escaños. El socio que la sacó de la indigencia política, el veterano nacionalista Beiras, la acusó de Judas tras la ruptura de ambos y manifestó que nadie lo había traicionado jamás como ella. Tras propinarle la puñalada al viejo Beiras, Yolanda se sube a ola en alza del podemismo y logra acabar en Madrid, donde se pinta unas mechas rubias, cambia la palestina por la seda, pone vocecita empática y se ríe mucho (sin que se sepa de qué). Al final, incluso acaba convertida en ministra de cuota de Podemos por la extrema debilidad de Sánchez.

A partir de ahí, la prensa madrileña comienza a concederle una importancia de la que carece. Se fabula con que puede constituir la gran esperanza de la izquierda y pronto trama una nueva traición. Olvidando que fue el dedazo de Iglesias Turrión el que le regaló una vicepresidencia, intenta ahora de soltar el lastre de Podemos creando una marca a su mayor gloria, una entelequia llamada Sumar, que jamás ha acabado de arrancar. Entre tanto, su única contribución política reseñable es que ha trucado los datos de paro con un burdo cambio semántico, que convierte en activos a los fijos discontinuos, muchos de ellos en realidad desempleados.

Para rellenar su irrelevancia entretiene el rato despellejando –siempre con sonrisa postiza– a las empresas y bancos que osan a dar beneficios. Una política sobrevalorada, anclada en el ineficaz comunismo camp que aprendió en casa y que expone con una cursilería entusiasta. No lo duden: próximo paso, ingresar en el PSOE (o mejor dicho, en lo que quede de él tras la derrota de Sánchez, posible prólogo de la descomposición del puño y la rosa).

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