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Enrique García-Máiquez

Del blanco al negro sin notarlo

El consenso que Feijóo alega para hacerse abortista lo ha producido el propio PP al dejar de pelear por la misma cuestión de inconstitucionalidad que él planteó

Actualizada 01:30

Concuerdo con el obispo Munilla. De la sentencia abortista del Tribunal Constitucional, lo único sorprendente ha sido el aplauso de Feijóo al fallo. Fallo que tiene la peculiaridad de quitar la razón a una cuestión de inconstitucionalidad que interpuso el mismo PP. Como ha declarado Munilla: «Han asumido completamente todos los parámetros de la izquierda más radical a la hora de reconocer el aborto como un derecho».

Hay que fijarse un poco más en el argumento de Feijóo. «En la España actual es una ley correcta», porque es un tema sobre el que existe un consenso social. Lo ha subrayado Borja Sémper: «La España de hace 13 años no es la misma de hoy. La interrupción voluntaria del embarazo a través de un sistema de plazos es un modelo razonable, aceptado por la sociedad».

Lo sustancial sería recordarles que el consenso social no hace que una ley sea correcta. En la Atenas de Pericles –más culta, imposible– había un amplio consenso a favor de la esclavitud, y en la Revolución Industrial la jornada de 12 horas de mujeres y niños mal pagados estaba plenamente aceptada.

Pero todavía me irrita más el procedimiento retórico. A mis alumnos les prevengo constantemente contra las profecías que se autorrealizan. Me parece que desactivar su mecanismo es el primer paso hacia la madurez intelectual. Ustedes ya lo conocen. El alumno que se dice que va a suspender el examen de Matemáticas. Y como está convencido, no estudia, ¿para qué? Así que, cuando lo suspende, se consuela pensando que ha suspendido como él ya predijo y no porque no estudió. Caemos como moscas en una trampa tan burda, advierto a mis alumnos. Pues bien: el consenso social de la sociedad española que el PP alega para rendirse siempre es exactamente de la misma naturaleza: una excusa prefabricada.

El consenso que Feijóo alega para hacerse abortista lo ha producido el propio PP al bajar los brazos y dejar de pelear por la misma cuestión de inconstitucionalidad que él planteó. Se rinde ahora porque se rindió antes. La mayoría «conservadora» del Tribunal Constitucional durante doce años no presentó batalla en el tema del aborto porque no iba a conseguir un consenso y ahora se rinde sin dar esa batalla porque hay un consenso construido gracias a la batalla que no dio jamás. Ha pasado con el aborto y con tantos otros temas vitales de nuestra historia democrática. Y los militantes y votantes del PP se lo creen. Si se encontrasen en el banco de un parque con el que fueron hace veinte años, ni se reconocían. Les pasa como a aquellos viajeros del cuento de Borges que andan, días y días, semana tras semana, meses y años, al lado de un muro que va oscureciendo muy lentamente su tono. Al final, los viajeros no perciben que el muro, que empezó siendo blanco inmaculado, ahora es negro zaino. Esto le ha ocurrido al PP.

Se les podría aplicar al pie de la letra el diagnóstico que Chesterton hizo de estos políticos y jueces en mala hora conocidos como conservadores: «El mundo moderno se ha dividido a sí mismo en conservadores y en progresistas. La ocupación de los progresistas consiste en seguir cometiendo errores. La ocupación de los conservadores consiste en impedir que los errores se corrijan». Afortunadamente, para la claridad mental del respetable, ya Rajoy, en el congreso de Valencia de 2008, expulsó de su partido a los conservadores auténticos, que son los que no pertenecen al mundo postmoderno: «Si alguien se quiere ir al partido liberal o al conservador, que se vaya». Lo que no quita para que el PP haya seguido encajando a la perfección en la dinámica descrita por Chesterton.

Me resigno a asumir que son abortistas convencidos, y que jamás darán ninguna batalla cultural. Solamente pediría que no se escuden en un consenso que ellos mismos contribuyen a crear.

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