Navajita Maroto
Sánchez, como antes Zapatero, ha dado por perdida la capital de España y la ha convertido en un altar donde quemar todas sus frustraciones, enemigos y presuntos amigos incluidos
Reyes Maroto tiene algo en común con Rafael Simancas. Asalariados del régimen de Pedro Sánchez, son dos fracasados de la política madrileña. Ambos creyeron rozar con las yemas de los dedos que la izquierda gobernara en la capital y ambos tuvieron que guardar sus pretensiones en el armario de los sueños rotos. A Rafa, ya lo saben, la deserción de dos de sus diputados, Tamayo y Sáez, le dejaron compuesto y sin presidencia en 2003, cuando se olieron que iba a depositar el gobierno en manos de Izquierda Unida, la izquierda radical de entonces que, al lado de lo que ahora sufrimos, parecen tiernas ursulinas. Luego fantasearon con conspiraciones del PP con los empresarios pero, sin descartar nada, lo cierto es que esa fue la primera razón del tamayazo.
La ministra es un puñado de sal en la herida del socialismo madrileño, que no rasca bola desde hace 28 años en la Comunidad y 34 en el Ayuntamiento. Pedro Sánchez, como antes Zapatero, ha dado por perdida la capital de España y la ha convertido en un altar donde quemar todas sus frustraciones, enemigos y presuntos amigos incluidos. Para ello, necesita colaboradores necesarios y nadie mejor que la actual ministra de Industria, que se ofreció a ser vicepresidenta de Ángel Gabilondo en 2021, y la aventura terminó con la retirada del académico, vapuleado por Isabel Díaz Ayuso, y la pérdida del segundo puesto por parte del PSOE, tras la médica y madre Mónica García.
Como ministra, Reyes llegó a la cima de la incompetencia cuando aconsejó a los ciudadanos que era mejor que se compraran un coche nuevo a que siguieran con el antiguo, sin aclarar si las letras del banco las iba a pagar ella con su sueldo de alto cargo. También es la autora de aquella inolvidable frase sobre el volcán de la Palma; mientras cientos de familias eran desalojadas de sus viviendas, Maroto dijo que esa desgracia natural «era un espectáculo maravilloso» y que iba a servir de reclamo turístico.
Nada comparable con lo que nos tenía reservado a los madrileños la titular de Industria. En mayo de hace dos años, la presidenta Ayuso adelantó las elecciones tras la traición de Ciudadanos en Murcia, y Maroto se prestó al esperpento de la alerta antifascista encabezada por otro fracasado, Pablo Iglesias. Todos guardamos en nuestra retina la imagen de apertura de los telediarios con la actual candidata a alcaldesa exhibiendo una foto ampliada de un cuchillo jamonero bañado en tomate que presumió que le había enviado algún fascista, sugiriendo que podría ser simpatizante de Vox, relato al que se apuntaron Marlaska, Iglesias y la directora de la Guardia Civil. No tardamos en saber que el de la navaja no era más que un enfermo mental de El Escorial con ganas de protagonismo.
Desde entonces, la ministra, más conocida como navajita plateá, ha tenido escondida la cabeza debajo de la mesa de su despacho, sabedora de que su jefe Sánchez está empeñado en quitársela de encima achicharrándola frente a Martínez Almeida, a quien las encuestas acercan a la mayoría absoluta. Con Maroto de contrincante por el PSOE; Rita Maestre, perita en asaltar iglesias, como candidata de Más Madrid; un triatleta de aspirante por Podemos, curiosamente aficionado a presentar su programa en el Ritz patrocinado por una sociedad sanitaria privada; y con Villacís jugando a la yenka con el PP, el actual alcalde tiene el trabajo hecho en la trascendental batalla por Madrid.
Reyes está intentando aguantar lo más posible en el Gobierno ante el cruel destino que le tiene preparado Moncloa. Ya ha demostrado un conocimiento cartesiano de la ciudad que quiere gobernar: preguntada por el número de distritos en que se subdivide, contestó que eran 25 y no los 21 correctos. Lo dijo en Villaverde y delante de Sánchez que, a pesar de haber sido concejal de la ciudad en 2009 (con una carambola, como siempre en su vida, cual fue la marcha de Solbes a Bruselas), tampoco tenía repajolera idea. Para completar el perfil de una buena candidata, la todavía ministra alabó una parodia de TV3, a raíz del vídeo promocional protagonizado por Mario Vaquerizo, en la que se ridiculizaba a su ciudad. A la socialista le gustó la basura salida de la factoría del independentismo catalán, llena de estereotipos y prejuicios contra Madrid. «Sencillamente geniales», sentenció. Desde entonces, en su oficina electoral, donde ni va ni se la espera, no paran de repartir lexatines.
En 1989, Juan Barranco dejó el Ayuntamiento tras haber sustituido al fallecido profesor Tierno. La izquierda solo volvió a gobernar con Manuela Carmena, un accidente de cuatro años llenos de guerracivilismo y magdalenas mojadas en odio. Si yo fuera Sánchez, dejaría a Maroto destruyendo la escasa industria que nos queda y nombraría candidato emérito al bueno de Barranco para recordar al PSOE que fue y que nunca volverá.