La tuna y el tuno Subirats
Subirats ha puesto a la tuna en el punto de mira. Dice que tiene que ser mixta porque los tunos, si no, se convierten en un grupo de machirulos. Una demostración palpable de que su ignorancia y dogmatismo no tienen límites
Joan Subirats sustituyó a Manuel Castells. Intuyo que incluso a los avezados lectores de El Debate les costará saber quiénes son estos dos faros de la humanidad. Ambos son nacionalistas aunque se digan de izquierdas, y son amiguitos de Ada Colau, la peor alcaldesa que ha tenido Barcelona, y mira que el pujolista Xavier Trías dejó el listón bajo; los dos han ocupado la cartera de Universidades en el Gobierno de Pedro Sánchez y los dos han trabajado menos en ese Ministerio que el estilista de Miquel Iceta.
Castells se marchó porque fue incapaz de hacer una ley universitaria, solo una, y cuando vomitó un borrador fue tal bodrio que hubo que meterla en un cajón. El parche que puso Sánchez –Subirat– ocupa todavía Universidades y hace unos días apareció por primera vez en nuestras vidas, un año y un mes después de ser nombrado, para respaldar a los energúmenos que insultaron y acosaron a Isabel Díaz Ayuso en la Facultad de Periodismo.
El que fuera concejal de Cultura de Barcelona y hoy ministro se siente tan español que fue a votar en el referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017 con el fin de desmembrar su nación, porque Joan es partidario de la autodeterminación, la misma que se le reconoció al progresista Congo Belga. El ministro de Sánchez, al que tampoco puede destituir el presidente como ocurre con Díaz, Montero, Belarra y Garzón, es un exponente de la izquierda caviar catalana, de camisa negra, funestas ideas y tenebrosos hechos.
A diferencia de Castells, Subirats sí ha logrado completar una reforma de universidades que no ha consensuado ni con profesores, ni con rectores, ni con nadie del sector universitario. Este catedrático jubilado de Ciencias Políticas por la Autónoma de Barcelona quiere que los campus universitarios sean correas de transmisión de los partidos políticos, bueno, en concreto de los de izquierda, porque dice que no deben ser neutrales. Así que adiós a la libertad de cátedra y a la autonomía universitaria, que todavía algunas Universidades respetaban, para sustituirlas por centros de reeducación al estilo comunista. La Complutense ya lleva ese camino, que el escrache a Ayuso evidenció, y que se verá coronado con el nombramiento de Pablo Iglesias como rector en no mucho tiempo. Primero intentará que lo sea en primavera su amiga y decana de Políticas, Esther del Campo (que vetó a Vox en un acto académico), y luego se postulará él.
Pero esto no queda aquí. El ministro también quiere prohibir que los colegios mayores adscritos a la pública puedan segregar por sexo, aprovechando lo que ocurrió en el Colegio Mayor masculino Elías Ahúja, y convertir así la ley en una caza de brujas contra lo que él denomina machismo. Es de aurora boreal que un señor escogido entre el común de los mortales por razón de su lugar de nacimiento y por su RH catalán pida las sales porque se segregue en un centro educativo a cuenta de un episodio, impresentable sí, de unos universitarios que no eran categoría de nada.
Ahora, el tal Subirats ha puesto a la tuna en el punto de mira. Dice que tiene que ser mixta porque los tunos, si no, se convierten en un grupo de machirulos. Una demostración palpable de que su ignorancia y dogmatismo no tienen límites. Así pues, a partir de ahora, la que se asomará al balcón no será una mujer con carita de azucena sino un representante del género fluido con la cara de un activista de la CUP; tampoco se enamorará la compostelana sino un ser binario que por la mañana será mujer y por la tarde varón; y, finalmente, la galleguiña, en caso de no ser galleguiñe, tampoco será melosa y celosa, porque eso no es más que un claro ejemplo de sometimiento femenino.
Visto lo visto, a los que habría que segregar, pero por seso, es a los ministros de Sánchez. No quedaría uno.